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La primera vez que se puso en escena en el país el monólogo “El Cavernícola”, la moda en los teatros nacionales era la educativa y polémica “Los monólogos de la vagina”.
Durante las primeras funciones, muchas personas creyeron que el monólogo, que protagoniza el actor guatemalteco Juan Diego Rodríguez, era la respuesta machista a la obra escrita por la feminista estadounidense Eve Ensler, que se ha vuelto el epicentro de un movimiento sin ánimo de lucro que lucha en contra de la violencia de género.
Mientras más funciones se presentaban de “El Cavernícola”, más se entendió la motivación de esta obra teatral que con risas e ironía quiere presentar cómo el hombre ve a la mujer, y viceversa, así como la manera en que el machismo en el país puede afectar nuestros paradigmas.
Publinews Mujer conversó con el artista acerca de lo que significa interpretar a este personaje tan prehistórico como actual, de las diferencias del público femenino y el masculino dentro de una sala de teatro y de por qué el Cavernícola se ha convertido en uno de los personajes teatrales más queridos en el país.
¿Cómo te sientes de interpretar una vez más al Cavernícola?
Como siempre, el Cavernícola es y será el Cavernícola. Es el noveno año que lo hacemos. No solo deja un mensaje positivo, sino uno se divierte mucho. Mientras más lo disfruta el público, también lo hago.
Durante los primeros años que presentaste este monólogo, ¿pensaste que después de nueve años estarías personificando una vez más al Cavernícola?
No. La idea de subir al escenario “El Cavernícola” era pensada para dos o tres años si mucho, porque el público guatemalteco es durísimo y poco expresivo. He actuado en Los Ángeles, Miami, El Salvador, entre otros, y el público de Guatemala es duro en el sentido de que, como no tenemos tanta cultura teatral, llega a la sala, se sienta, mira, aplaude y se va.
Lo hace de manera muy tímida. En otros países, cuando la gente mira monólogos u obras que le gustan mucho, se ponen de pie a a aplaudir y le demuestran al artista su emoción, pero como que a los guatemaltecos nos da pena. Es algo raro, pero es por la falta de cultura teatral, que comenzó en la década de los ochenta gracias al conflicto armado, porque ahí desapareció por completo el teatro.
¿Por qué crees que se ha creado un vínculo tan fuerte y especial entre el Cavernícola y los guatemaltecos?
Creo que fue gracias a la adaptación, porque si uno ve la obra en EE. UU. o España, Argentina, se vive de diferente manera. El monólogo se presenta como en 23 países y 16 idiomas, y cada quien lo adapta o lo “tropicaliza” según cada país.
Por ejemplo, los españoles y los argentinos son muy toscos. Cuando adapté el guion a Guatemala, no le agregué tantos modismos, pero como tenemos una cultura machista que viene desde el hogar, incluí cómo el hombre ve a la mujer y lo exageré un poco. Al final del día, al público femenino no es difícil presentarle una obra teatral porque ellas están en contacto con sus sentimientos, algo que el hombre no lo hace con facilidad.
Muchos piensan que ir al teatro no es de hombres. La adaptación que le doy a “El Cavernícola” hace que el hombre guatemalteco se la pase bien y que salga identificado, y que no sienta que fue obligado porque él lo que en verdad quería hacer era ir al cine, asistir a un juego de futbol o a un bar a tomar unas cervezas.
¿Qué es lo que más te gusta de interpretar cada noche a este personaje?
Las salas llenas. Lo que tiene la comedia es que la risa causa más risa. Cuando hay poca gente, da pena reír y causa eco, y eso provoca pena. Pero si el teatro está lleno y ríe, se convierte en una cadena de risas y eso es hermoso. La sala llena es espectacular porque hay mucha energía y eso le pega al artista, y ese empuje de energías hace que crezca el personaje y la interpretación sobre el escenario.
Cuando las personas te reconocen en la calle como el actor que interpreta al Cavernícola, ¿cómo reaccionan y qué te dicen?
Gracias a Dios nunca he tenido una mala experiencia. Eso sí, muchos me gritan desde la acera contraria: “Cavernícola” (risas).
Un día estaba en un centro comercial cuando un señor gritó mi nombre. Me di vuelta y cuando vi que me miraba, le pregunté si nos conocíamos y me dijo que había visto la obra en ocho ocasiones y que siempre se la disfrutaba junto con su esposa. “Me encantás como actor”, me dijo. Es agradable que el personaje sea tan querido y que las personas compartan esa emoción.
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