Pamela Anderson fue uno de los iconos sexuales de la década de los 90, en parte, gracias al traje de baño rojo que lucía en la serie “Guardianes de la Bahía“. Aunque la actriz dejo de interpretar en 1997 al personaje de “C.J. Parker” en el programa televisivo , de vez en cuando todavía utiliza el popular bañador rojo para deleitar a sus parejas en la cama.
“Generalmente me disfrazo para mis novios. La última vez que me puse el traje de baño fue hace solo unos meses. Uno de mis novios me pidió que le hiciera un ‘rescate’, pero en la cama. Así que me metí en la ducha para mojarme y ponerme ‘juguetona’ y después corrí en cámara lenta del baño a la cama. Creo que se quedó bastante satisfecho con la actuación“, confesó Pamela a la revista GQ.
Después de participar en “Guardianes de la bahía”, Anderson decidió conservar como recuerdo dos de los bañadores que lució en la serie. Ahora solo tiene uno de ellos, ya que el otro lo perdió en un incidente relacionado con una acosadora que se metió a su casa.
“Solía tener dos trajes de baño de los que utilizaba en la serie. Ahora solo tengo uno porque hace dos años encontré a una acosadora en mi casa con uno de ellos puesto. Entré en el baño y la vi ahí, de pie, con el bañador rojo y sangre escurriéndole por las muñecas porque se las había cortado. Aparentemente llevaba meses siguiéndome y observándome dormir”, explicó.
En 2001, la mencionada “admiradora” logró entrar a la vivienda de la famosa, donde residía con sus hijos Brandon y Dylan – fruto de su matrimonio con Tommy Lee-, e instalarse en la casa de invitados sin que Pamela se diera cuenta hasta cuatro días después.
“Una indigente se coló en mi casa, y estuvo viviendo en mi casa de invitados y poniéndose mi bañador de “Los guardianes de la bahía”. Llevaba consigo una carta en la que se podía leer: “No soy lesbiana, solo quiero tocarte”. Había sacado el bañador de mi habitación. Yo estaba sola en esa casa con mis niños, y recuerdo haber visto en una ocasión una cara en la ventana, mirándome. Llamé a seguridad, pero no encontraron a nadie. Las cosas no paraban de desaparecer, desde una barra de pan a mi chaqueta, y pensaba que me estaba volviendo loca. Estuvo ahí como tres o cuatro días. Cuando la policía vino finalmente a arrestarla, me preguntaron si quería que me devolvieran el bañador que se había estado poniendo, pero les dije: “No, no, no, se lo puede quedar”.