“Apunto a la cabeza porque por lo general los yihadistas llevan un chaleco antibalas pero no se ponen casco”, describe Ahmed Thaer Jasem, francotirador de élite de la novena división iraquí, a las puertas de Mosul.
Con cargadores de recambio en el pecho y armado con un fusil de precisión ruso Dragunov, el francotirador afirma haber matado a cinco combatientes del grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad de Qaraqosh, recuperada la semana pasada.
“Estaba encaramado a un tejado, vigilaba la entrada de un túnel a 400 metros. Vi salir a seis hombres de Dáesh (acrónimo árabe del EI), los dejé avanzar y abrí fuego. Salieron corriendo, pero los maté uno a uno, excepto al último, herido en el brazo, que logró volver a su agujero como una rata”, relata con una sonrisa.
El túnel, de nueve metros de profundidad, fue cavado a la luz de un generador eléctrico, expuesto como botín de guerra.
En la aldea de Ali Rash, a 8 kilómetros de Mosul, los soldados aprovechan una pausa en las operaciones por inclemencias meteorológicas (la nubosidad impide la cobertura aérea de la coalición internacional).
Pasan el tiempo sacándose fotografías delante de los cadáveres de tres yihadistas, uno de ellos casi completamente calcinado.
La acción de los soldados de la novena división, una unidad regular, quedó eclipsada en la prensa por la de los peshmergas kurdos o por la de las fuerzas especiales iraquíes, pese a constituir el grueso de las tropas de la operación.
Algunos de ellos están apostados en la periferia del sudeste de Mosul como parte de la ofensiva de reconquista de esta ciudad.
“Somos una división blindada y ante la potencia de nuestros tanques y de nuestra artillería, los yihadistas huyeron o acabamos con ellos. El enemigo no sólo abandonó terreno, sino que dejó equipamiento, vehículos, municiones”, asegura el general Qasim Al Maliki, de 54 años, al mando de los 8.000 hombres de la novena división.
– ‘Atrévanse’ –
La división, equipada con tanques estadounidenses Abrams y rusos T-72, así como con cañones de artillería, mató a 250 yihadistas, afirma el general, precisando que han perdido a diez hombres en sus filas.
“Estamos presentes en todos los ejes de entrada, norte, este y sur; contamos con 200 hombres en Judeidat al Mufti, en el sudeste de Mosul. Pero no somos igual de buenos que nuestros camaradas en relaciones públicas”, bromea.
Detrás de él retumba el estruendo de un cañón. Apunta a Mosul. “Hemos recibido información de que un grupo de Dáesh se reunía en una casa, la destruimos”, explica un soldado, Haider Salah, que muestra orgulloso una cicatriz la su garganta provocada por una bala durante la toma de la ciudad de Tikrit, en marzo de 2015.
Sus compañeros entonan un cántico de guerra, a modo de provocación: “Si se creen tan fuertes, atrévanse a enfrentarse a nosotros”.
“Nuestro mayor logro por ahora fue haber liberado Qaraqosh para nuestros hermanos cristianos. Pero es sólo en Mosul donde podremos celebrar nuestra victoria”, estima el sargento Feras Daham.
Según él, los yihadistas no dan muestras de resistencia organizada: “Su principal defensa son los coches bomba”.
Una afirmación corroborada por el comandante Mohamed, un médico militar: “La mayoría de nuestros soldados heridos reciben tratamiento por disparos de francotiradores o metralla de coches bomba o de mortero”.
Los combates podrían intensificarse en el interior de Mosul, en zona urbana, donde la 9ª división no podrá usar libremente su potencia de fuego. “Sólo utilizaremos nuestros cañones si estamos seguros de no poner en peligro a los civiles”, promete el general Qasim Al Maliki.