Después del largo suplicio vivido en la “Jungla” de Calais, los miles de migrantes evacuados de este inmenso campamento que quieran obtener el asilo en Francia deberán ahora explicar todas las adversidades que han tenido que superar.
“Me trataban como un animal, porque mi madre es congoleña y cristiana”, explica Alpha-Amadu, cuyo destino cambió totalmente cuando murió su padre, guineano y musulmán. Acaba de cumplir 18 años pero ya ha pasado dos años de periplo desde su Guinea natal hasta Francia.
Malí, Argelia, Marruecos, España… tantas etapas de un largo trayecto, con paradas “para llevar sacos al mercado”, o para “sentarse en la calle y pedir limosna”. “En Marruecos, estuve siete meses en el bosque, sufrí tanto”, explica, antes romper a llorar al acordarse de su madre.
“Es mi historia”, reitera, como si estuviera intentando convencer a la administración con su sufrimiento.
Desde hace una semana, está alojado en un centro social en el este de Francia, junto a otros 40 hombres que fueron evacuados del campamento de Calais, situado frente a las costas inglesas.
Jamal, de 28 años, viene de Darfur, donde los enfrentamientos han dejado más de 300.000 muertos y 2,5 millones de desplazados en los últimos 10 años, según la ONU. Para llegar a Francia, ha pasado por otras zonas: Sudán, Chad, Libia y el Mediterráneo, donde fue rescatado por los equipos de emergencia italianos tras dos días de travesía.
“Escogí Francia”, cuenta Jamal, que abandonó Calais hace algunas semanas, y ya recibió una carta de la Oficina Francesa de Protección de los Refugiados y Apátridas, primera etapa para solicitar el asilo.
Después tendrá que explicar a los agentes de este organismo toda su historia, sin omitir detalles, para intentar convencerlos de que tiene derecho al asilo en Francia.
– Decir sin destruir –
Muchos otros migrantes tendrán que encarar semanas de procesos administrativos, empezando por una visita médica obligatoria para todas las personas que llegan de Calais.
Entretanto, educadores y responsables del centro social los ayudarán a transcribir las inenarrables vivencias que han tenido que afrontar para llegar hasta aquí.
“Se les tiene que preparar, ayudarles a explicar sin que esto les destruya psicológicamente”, explica Catherine Baillon, jefa de servicio en este centro.
“Se crea una relación de confianza. Sin poner en duda su vida y evitando que se vuelvan frágiles, se les tiene que ir preparando para que lo expliquen todo”. Porque todo lo que no se relata se considera una mentira, recuerda Antonin, uno de los educadores especializados.
El frío empieza a sentirse en el pequeño pueblo donde llegó Abdul Omar hace una semana. Bien abrigado, comienza a contar una parte de su historia.
Él también huyó de Darfur, tras presenciar cómo mataban a su familia. Él y su madre sobrevivieron pero ella tuvo que quedarse en Sudán. “Tiene problemas cardíacos”, murmura.
Su viaje hasta Francia duró casi dos años. Como muchos sudaneses que huyen de la guerra, tuvo que pasar por Libia, donde permaneció más de un año antes de cruzar el Meditarráneo con una lancha. Todavía no logra hablar de lo transcurrido en esos meses.