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Nicolas Sarkozy, el regreso fallido del animal político

Adulado por algunos, detestado por otros, el expresidente francés Nicolas Sarkozy, de 61 años, fue derrotado en su intento de reconquistar el poder y no podrá participar en las elecciones presidenciales de 2017.

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“Ha llegado la hora para mí de levantar más pasión privada y menos pasión pública”, declaró el domingo por la noche, dejando vislumbrar una retirada de la vida política, tras ser eliminado en la primera vuelta de las primarias de la derecha.

Después de fracasar en 2012 en su carrera hacia el Elíseo, esta vez esperaba crear una onda expansiva en torno a su candidatura, pero la consigna ‘todo salvo Sarko’ parece haber jugado en su contra.

Como hace cuatro años, ha apostado por una campaña fuertemente orientada hacia la derecha, en la que ha flirteado con los temas recurrentes del partido ultraderechista Frente Nacional: inmigración, islam y seguridad.

Este abogado trató también de presentarse como “defensor de los venidos a menos contra las élites”, muy lejos de su imagen del ‘presidente de los ricos’ y amante del ‘bling bling’ que se forjó en cuanto llegó al Elíseo.

Sarkozy centró sus discursos en la “identidad nacional”, aprovechando la crispación hacia la comunidad musulmana tras los atentados yihadistas (238 muertos en dos años) y los miedos derivados de la crisis migratoria en Europa.

“En cuanto uno se convierte en francés, sus antepasados son galos”, declaró en septiembre, provocando una gran polémica. Su frase sobre la “doble ración de patatas fritas” para los niños que no comen cerdo en los comedores escolares también dio mucho que hablar.

Estas posiciones le valieron la adhesión del núcleo duro de los militantes de su partido, Los Republicanos, pero los electores prefirieron a su exprimer ministro François Fillon, menos extrovertido pero también menos agresivo.

– ‘Es una bestia’ –

La división que provoca su personalidad se debe también a su estilo, combativo para sus partidarios, impulsivo para sus detractores que le acusan de no controlar sus palabras, como cuando dijo “casse-toi pauvre con” (“lárgate gilipollas”) a un hombre que se negó a estrecharle la mano.

Este tono directo le ha valido algunos incondicionales. “Estoy loco por Sarkozy, es mi ídolo”, dijo durante uno de sus mítines Lionel, un funcionario de 36 años. “Es una bestia, es simple, franco”.

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Muchos estiman, sin embargo, que su forma de actuar ha desacralizado la función presidencial. Él considera que su balance ha sido injustamente criticado y dice haber “salvado a Europa, si no es al mundo, de una grave crisis en 2008”.

Este hombre de corta estatura, moreno con ojos azules, apasionado por el fútbol y el ciclismo, es atípico en la clase política francesa.

No proviene de la gran burguesía ni ha pasado por una gran universidad, al contrario de la mayoría de sus pares. Hijo de un inmigrante húngaro, criado por su madre y su abuelo griego, se ha presentado durante mucho tiempo como un “francés de sangre mezclada”.

“Un ambicioso, que no duda de nada, sobre todo de sí mismo”, dijo de él un día su predecesor Jacques Chirac, su primer mentor.

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Alcalde a los 28 años de un rico distrito de París, Neuilly-sur-Seine, diputado a los 34, ministro a los 38, superó todos los obstáculos antes de ser elegido jefe de Estado a los 52 años, en su primer intento en 2007.

Durante su quinquenio, su voluntarismo le llevó a hacer intervenir militarmente a Francia en el extranjero (Costa de Marfil, Libia).

Su visibilidad mediática se debió también a su relación nada discreta con la exmodelo convertida en cantante Carla Bruni.

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Criticado por su afición al dinero y el alarde de su vida privada, Sarkozy fue el primer presidente francés que se divorció durante su mandato, antes de casarse con Bruni, con quien tuvo una hija, su cuarto vástago.

Citado en varios casos judiciales, sobre todo vinculados a la financiación de su campaña en 2007 y 2012, fue declarado inocente en cuatro de ellos pero sigue imputado en otros dos y podría terminar yendo a juicio.

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