“En Mosul todo el mundo sabe quiénes son los terroristas”, afirma el teniente Alí, miembro de las Fuerzas Especiales Iraquíes, encargadas de desenmascarar a los yihadistas entre los civiles que huyen de los combates.
En un pequeño local al borde de la autopista que lleva a Mosul, un colega de Alí examina una pila de documentos de identidad.
En la puerta, seis hombres recién llegados de esta gran ciudad del norte de Irak esperan a que termine el control de documentos.
El soldado deletrea por teléfono el nombre de cada uno de ellos y luego les entrega los documentos. Pueden irse tranquilos porque no figuran en el fichero de yihadistas.
Otro hombre tuvo menos suerte. El oficial comunicó su nombre por teléfono y, tras colgar, lo llevó a una celda improvisada, donde será interrogado.
Las autoridades no entregan ninguna cifra oficial sobre el número de personas detenidas por los distintos cuerpos de seguridad iraquíes, repartidos entre el ejército, las Fuerzas Especiales, la policía y los ‘peshmerga’ kurdos.
Alrededor del 5% de los hombres que huyen de Mosul terminan encarcelados, sospechosos de pertenecer al grupo yihadista Estado Islámico (EI), cuenta aún así Alí, que tiene prohibido dar su apellido.
Desde el inicio de la ofensiva del 17 de octubre, cerca de 73.000 personas han abandonado Mosul, que cuenta con más de un millón de habitantes, ha informado la ONU.
Para separar la paja del trigo, el equipo de Alí dispone de una base de datos que reúne informaciones provenientes de varias fuentes, como servicios de espionaje occidentales, archivos iraquíes y testimonios de habitantes de Mosul que han vivido bajo el régimen del grupo EI.
“La gente nos brinda información porque han sufrido durante dos años y medio el régimen de Dáesh”, explica Alí, refiriéndose al EI con su acrónimo en árabe.
Sin embargo, en junio de 2014, cuando tomaron la ciudad, los yihadistas fueron recibidos sin hostilidad por gran parte de la comunidad sunita, mayoritaria en Mosul, que se sentía maltratada por la minoría chiita en el poder.
Cansado, cubierto de polvo, tras una larga marcha a pie desde la ciudad sitiada, Dhieaa Zuhair recupera aliviado su documento de identidad, que le permitirá seguir el viaje hasta reunirse con su familia.
“No estaba inquieto, no tengo nada que ver con el EI”, afirma Zuhair. “Las fuerzas iraquíes tienen un muy buen servicio de inteligencia”, agrega.
Sin embargo, otras personas denuncian errores y abusos.
En el campo de desplazados de Jazir, Um Yamen -un seudónimo- muestra la nota que recibió de su marido esta mañana.
“Estoy bien y con buena salud, pero estoy en la cárcel”, escribió su marido en una hoja con membrete de la Cruz Roja internacional.
Es la primera vez que Yamen recibe noticias de su marido desde que fuera detenido hace tres semanas por militares kurdos al abandonar una localidad cercana a Mosul.
Los kurdos acusan al marido de Yamen de haber colaborado con los yihadistas del EI.
Su mujer jura que su marido no ha hecho nada malo, que es un simple empleado de la compañía energética local, víctima de una denuncia calumniosa.
“Es una injusticia, no hizo nada malo, sólo su trabajo”, se lamenta la mujer. “No entiendo qué pasa”, agrega, abatida.
Desde el inicio de la ofensiva contra Mosul, Amnistía Internacional ha denunciado varias veces la responsabilidad del ejército y las milicias iraquíes en la detención arbitraria de “miles” de civiles que huían de las zonas controladas por el EI y en casos de torturas y ejecuciones.