Jomaa al Qassem cae de rodillas contra el suelo embarrado y rompe en sollozos. Acaba de ver a su hija Rasha, con quien no ha estado en año y medio por culpa de la guerra que dividió en dos su ciudad, Alepo, en el norte de Siria.
Delante de un centro gubernamental de acogida para desplazados del bastión rebelde del este de Alepo, el hombre, de 51 años, se levanta y abraza a su hija de 17 años, que acaba de huir con sus hijos del avance fulgurante de las tropas del régimen sirio estos últimos días en el sector oriental de la metrópolis.
Besa la mano de su hija, sin apartar la vista de ella.
“Creía que no iba a verla nunca más”, exclama, ayudándola a tomar a su hijo Abdel Razzak, de ocho meses, evacuado junto a su madre y su hermano mayor, Elian, de dos años.
Como Rasha y sus hijos, decenas de miles de civiles han huido frente al avance de las tropas del presidente Bashar Al Asad.
– Un ‘sueño hecho realidad’ –
“Soñaba con volver a ver su cara, aunque fuera unos minutos antes de morir”, grita el hombre, delante del centro de acogida situado en Jibrin, a una decena kilómetros de Alepo.
“Hoy mi sueño se ha hecho realidad”.
Se quita su abrigo negro y lo pone sobre los delicados hombros de su hija, calada hasta los huesos tras haber caminado bajo la intensa lluvia desde el barrio rebelde de Karam Al Maysar hasta una zona gubernamental de Alepo.
Después de que la segunda ciudad de Siria quedara divida en 2012 en una zona oeste, controlada por el régimen, y otra este, en manos de los rebeldes, Rasha y sus padres se mudaron varias veces a causa de la violencia o del coste exorbitante de los alquileres.
Hace dos años y medio, los padres se quedaron en el lado oeste y Rasha se fue con su marido al este. Con el aumento de los combates, ya no era posible pasar fácilmente de un lado a otro y la última vez que se vieron fue en la primavera de 2015.
Escondiendo apenas sus lágrimas, Jomaa sube junto a Rasha y sus hijos en un autobús en dirección a su casa, en la ciudad industrial de Cheij Najar, al noreste de Alepo, donde se instaló hace unos meses con su esposa, Miriam.
– ‘Nunca más los dejaré’ –
En la casa de sus padres -de un solo cuarto, en un sector desértico- Rasha ve a su madre, que espera en la puerta.
Madre e hija se abrazan y lloran durante unos minutos, incapaces de hablar.
Miriam aparta el niqab que cubre el rostro de su hija y palpando su cara le dice: “¿Tienes frío, hija mía?”.
Después, toma en brazos al pequeño Abdel Razzak, emocionada.
“Es la primera vez que veo a mi nieto. Nunca más los dejaré, voy a compensar cada minuto de mi ausencia”, dice, contemplando las manos del pequeño.
“No tenía ningún modo de comunicarme con mi hija, salvo por teléfono. Oía su voz pero no podía verla”.
– ‘La guerra nos ha dispersado’ –
“Ella lloraba y nos decía: ‘no tenemos ni agua, ni comida, ni pan’. Y nosotros éramos incapaces de ayudarla”, continúa, refiriéndose al asedio del este de Alepo desde hace cuatro meses.
Jomaa enciende un cigarrillo y suspira: “Gracias a Dios, puedo morirme tranquilo ahora que mi hija está segura”.
Con el rostro tapado por el niqab negro y aún con el abrigo empapado por la lluvia, Rasha le pide a su madre que le pase el biberón para Elian.
El marido de Rasha murió hace tres meses por la caída de un obús encima de su casa, en el este de Alepo, cuando ella estaba en casa de un familiar. “Seguí sola con mis dos hijos durante un tiempo antes de decidirme a venir con mis padres”.
“Al principio intenté huir, pero no me dejaron”, dice, refiriéndose a los rebeldes. Pero el jueves, “viendo a todos los vecinos salir de sus casas hacia las 03H00 de la mañana, decidí salir con ellos”.
En la sombría habitación, Rasha deja caer su cabeza sobre el hombro de su madre. Ninguna consigue retener las lágrimas. “Mi tía sigue bloqueada allí. Nuestra historia se parece a la de otros miles de civiles que esperan el momento de volver a estar con sus familiares”.
Jomaa y Miriam están preocupados por sus otras dos hijas.
“Mi segunda está en Raqa [en manos de los yihadistas del grupo Estado Islámico] y no la hemos visto desde hace tres años”, explica el hombre.
“Tengo otra hija en Turquía que perdimos de vista hace dos años. La guerra nos ha dispersado y separado”.