Alanyo Juzima se enjuga las lágrimas que corren por sus mejillas y apunta con su dedo a la imagen temblorosa del televisor colocado en una pared del aula. “Es él”, grita la mujer señalando a Dominic Ongwen, juzgado por la CPI.
En la aldea de Lukodi, en el norte de Uganda, la región de la que Ongwen es originario, Juzima no aparta la vista del exreponsable del sanguinario Ejército de Resistencia del Señor (LRA por su sigla en inglés).
Dominic Ongwen comparece ante la Corte Penal Internacional (CPI) por 70 crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad. Este martes, primer día del juicio, se declaró no culpable.
“Está gordo. No tiene pinta de tener muchos problemas”, constata con amargura Juzima, de 67 años. “Lo reconozco por la noche en la que atacó la aldea. Su nariz, todo. Lo vi”.
Ongwen está acusado de haber cometido un ataque contra Lukodi en mayo de 2004, en el que los miembros del LRA, cumpliendo sus órdenes, mataron a más de 60 personas y secuestraron a otras.
“Los soldados del LRA me pegaron en la espalda, con la culata de un fusil. Entraron en nuestras chozas, mataron a la gente que había dentro y lo quemaron todo. Quemaron a mi abuela en su propia choza y mataron al hijo de la otra mujer de mi marido”, cuenta.
Casi 500 personas, en su mayoría granjeros, acudieron el martes a la escuela de enseñanza primaria de Lukodi para seguir la retransmisión del primer día del juicio de Ongwen.
En la sala, llena a rebosar, sentados en bancos de madera viejos, hombres y mujeres de todas las edades, algunos vestidos elegantemente, otros con harapos, siguen el juicio. Muchos lo hacen sin expresar la más mínima emoción.
Pero Juzima no lo soporta. “Siento que podría ir a La Haya y matar a Ongwen por mí misma”, declara. “Tengo miedo de que si lo liberan, vuelva (…) para matar a la gente”.
– ‘Los muertos, muertos están’ –
Geoffrey Oola se levanta lentamente de su asiento en las primeras filas de la clase. Se apoya en la muleta que usa desde la emboscada tendida en 2007 por el ERS contra el vehículo que conducía y que le rompió la cadera.
No era su primer tropezón con el LRA. Cuando tenía 12 años, la milicia lo secuestró y lo obligó a enrolarse en ella. Lo mismo que Ongwen, el primer niño soldado juzgado por la CPI.
Con 10 años, el LRA de Joseph Kony secuestró a Ongwen, quien destacó por su lealtad, su valentía y sus cualidades de estratega. Rápidamente ascendió en las filas de la milicia.
El Ejército de Resistencia del Señor multiplicó las atrocidades en el norte de Uganda, antes de ser expulsado a mediados de los años 2000. La ONU lo acusa de haber masacrado a más de 100.000 personas y secuestrado a más de 60.000 niños.
“Yo conocía muy bien a Ongwen cuando estábamos juntos en el monte”, confiesa Oola, de 35 años.
Oola asegura que se escapó tras haber pasado dos años cocinando y transportando municiones. No combatió, insiste.
“Veía a Ongwen cuando él era subcomandante de la brigada Sinia”, explica. “No era tan salvaje como otros comandantes. Era valiente y siempre regresaba victorioso”.
Oola fue amnistiado como parte del programa gubernamental ugandés. Actualmente sobrevive vendiendo gasolina en bidones en la carretera.
Ve condiciones atenuantes para Ongwen. “Si te secuestran cuando eres niño, no eres responsable de lo que ocurrió”, alega Oola. “Para la ley Ongwen es culpable, para mí no lo es”.
“Aunque está encarcelado, la gente a la que le amputaron los brazos no los recupera”, añade. “Las heridas siguen ahí, y los muertos, muertos están”.