Quién mejor que Luis Hernández para hablar de la Revolución cubana. Este anciano fue miembro del movimiento rebelde que fundó Fidel Castro y vivió a la sombra del histórico líder, como uno de sus tantos empleados.
“Para mí significó algo grande, porque significó que mi vida podía cambiar”, dice este hombre ciego, de 88 años, alzando sus manos con un fervor casi religioso al recordar la entrada triunfal de Fidel en La Habana el 8 de enero de 1959 en un jeep junto a un grupo de barbudos.
En ese entonces, Luis Hernández tenía 29 años.
Fidel, como lo llaman casi todos en Cuba, se mantuvo en el poder más que nadie en el mundo. Tanto, que tres generaciones de la familia Hernández (el abuelo Luis, su hijo Juan Luis y la nieta Yeli) estuvieron gobernados por el mismo hombre, al que se refieren como “padre” o “abuelo”.
– Luis –
Aquellos años se vivían a puro vértigo.
Luis Hernández fue miembro del Movimiento 26 de Julio que lideró Castro para combatir la dictadura de Fulgencio Batista, y años después trabajó “en mantenimiento” en el Consejo de Estado, un empleo que se daba sólo a los hombres de extrema confianza. Por allí pasaban frecuentemente Fidel y Raúl.
Este hombre negro y delgado comenzó a trabajar a los 10 años como cocinero en la provincia de Santa Clara, donde nació. Un año después se fue a La Habana.
Con orgullo de sus batallas, recita los hitos revolucionarios: “Se abrieron las escuelas”; “la libreta” de abastecimiento; la “campaña de alfabetización”; “la nacionalización de las empresas”; “la reforma agraria”.
Pero lo que más le impactó fue recibir educación, que al igual que la salud pasó a ser gratuita y universal en la isla.
El impacto de Castro fue inmediato. Y la revolución transformó por completo a la sociedad cubana.
“Se abrieron los círculos sociales a los negros”, dice.
Pero a medida que pasaba el tiempo, el líder máximo ganaba tantos admiradores como detractores. Y varios “traidores de la revolución” fueron fusilados.
Aumentó la tensión con Estados Unidos, que poco a poco se fue intensificando el embargo. Pero también reanudó las relaciones con la entonces Unión Soviética y Cuba se convirtió en una de las piezas más importantes del tablero de la Guerra Fría.
Este abuelo recuerda perfectamente aquellos años: “Veíamos los aviones de los americanos pasar”, dice refiriéndose a la Crisis de los misiles, que estuvo a punto de desatar una Tercera Guerra Mundial.
Luis Hernández vivió todo eso y mucho más. Pero sus ideales comunistas siguen intactos.
– Juan Luis –
Los Hernández viven en un populoso barrio de La Habana de calles estrechas, ruidosas, destartaladas.
Juan Luis Hernández, de 52 años, está casado con una mujer dedicada a la santería. Tienen dos hijos: Yaison, de 17 años, y Yeli, de 16.
“Viví la etapa de los rusos y después la caída de la URSS”, cuenta este hombre que trabaja en el turismo.
El colapso de la Unión Soviética sumió a Cuba en la debacle. El petróleo y la maquinaria que suministraba la Unión Soviética dejaron de llegar y la población enfrentó además una brutal escasez de alimentos. Eran los años del “periodo especial”.
“Era un pan por persona, un pedacito de pescado, no había leche y no había nadie que nos ayudara”, narra.
“Estaba tan enojado que tenía ganas de fajarme con los americanos”.
También en esos años la oposición al gobierno de Castro aumentaba y los cubanos comenzaron a abandonar la isla en números récord hacia Miami.
Pero Juan Luis nunca quiso irse, ni en ese entonces ni ahora.
Aunque sí cree que Cuba debe resolver sus problemas económicos cuanto antes.
“Vamos al médico y faltan medicinas, no hay ni aspirina”, se queja.
“Con el sueldo no se puede vivir más”.
Al igual que la mayoría de los cubanos, Juan Luis gana en pesos cubanos (CUP), una moneda cada vez más débil, que contrasta con el peso convertible (CUC, con paridad al dólar).
Por su sueldo y la pensión de su padre, Juan Luis cuenta con 700 pesos cubanos mensuales, es decir, 29 dólares para mantener a toda la familia que vive en este hogar precario, pero limpio y perfectamente ordenado.
La unificación monetaria es hoy una de las promesas incumplidas del gobierno de Raúl Castro y figura como uno de los principales desafíos para reactivar la deprimida economía.
“El sueldo de los trabajadores no está de acuerdo con los productos”, explica. En sus inicios, pocos años después de la llegada de la revolución, la libreta de abastecimiento era bastante generosa. Ahora apenas si alcanza para “una semana”.
Y al final aclara: “Más que revolucionario o comunista, soy fidelista”.
– Yeli –
Yeli vio en su corta vida algo que para su padre o abuelo hubiera parecido impensable. Un presidente estadounidense pisaba la isla por primera vez en casi nueve décadas. La visita de Barack Obama a Cuba introdujo mucha esperanza de cambio entre los cubanos y puso fin a uno de los últimos fantasmas de la Guerra Fría.
Ahora que Fidel murió, el 25 de noviembre a los 90 años, muchos se preguntan sobre el futuro de la isla, si habrá cambios en la relación con un Estados Unidos gobernado por Donald Trump o quién será el sucesor de Raúl Castro a partir de 2018.
Pero a Yeli le preocupan otras cosas.
A ella le encantaría que hubiera “un Disney” en Cuba. O “más lugares de baile o concursos de música para” jóvenes o niños.
En las paredes pintadas de violeta, hay una foto gigante de Yeli cuando era bebé.
Su familia le pide que traiga su álbum de la fiesta de sus quince años, el aniversario más celebrado en Cuba.
Sólo por el álbum en el que se ve a Yeli vestida como una ejecutiva, de vestido largo o de rapera, su familia pagó 350 dólares, casi 9.000 pesos cubanos.
La mayoría de los jóvenes de esta nueva generación cubana vive en un país más conectado pese al limitado internet. Y para ellos, Fidel es un anciano que aparecía de vez en cuando en la televisión, vestido con ropa deportiva, muy diferente de su traje militar verde olivo, característico de otras épocas.
Aún así, su muerte a Yeli le dio una profunda tristeza.
“Fidel es un abuelo, era mi abuelo”.