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Recogimiento y dolor en San Petersburgo

"Unos instantes antes de la explosión, iba a subirme a ese metro", comenta angustiada Ksenia Zachykhina, delante de la estación Sennáia Plóshad de San Petersburgo, donde una alfombra de flores y velas rinde homenaje a las víctimas del atentado.

Al igual que ella, otros habitantes no daban crédito a lo ocurrido.

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"Vivimos en un país bello, en una ciudad bella. ¿Cómo puede ocurrir algo así? No lo entiendo", se pregunta Arseni, con la mirada perdida.

Varios habitantes estallan de dolor. Una mujer grita que no tiene noticias de su hijo y maldice a los políticos. Su amiga la consuela y se la lleva lejos de la muchedumbre.

Durante un rato largo, Nikolai Kazatshenko, con los ojos enrojecidos de tanto llorar, repite a todo aquel que lo quiera escuchar cómo "Dios lo protegió". Un amigo suyo también iba en el metro y sobrevivió.

Enojo

De madrugada la ciudad se desperezó como cada día, con el barullo de los coches y de las bocinas en las avenidas.

Algunas personas se quejaban de la escasa afluencia frente a la estación y otras se alegraban de las muestras de solidaridad y de humanidad.

Bajo una fuerte presencia policial, el metro también volvió a la normalidad, pero todos tenían en mente el atentado de la víspera que se saldó con 14 muertos.

En la estación Instituto Tecnológico, donde debía llegar el metro atacado, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, hizo una ofrenda de rosas rojas.

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Casi todos los atentados de los últimos años en territorio ruso fueron cometidos en el Cáucaso. Son inusuales en San Petersburgo, la ciudad natal de Putin.

 

Por Maxime POPOV y Marina KORENEVA

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