El supervolcán situado en el parque nacional de Yellowstone, en Estados Unidos, es, esencialmente, una caldera gigante con tapa; una tapa tan vasta que solo se le puede ver desde la órbita baja de la Tierra. Su cráter mide aproximadamente 72 kilómetros de ancho, y sus ductos subyacentes contienen varias decenas de miles de kilómetros cúbicos de material magmático.
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Durante años, se ha especulado con la magnitud de una posible megaerupción de este gigante dormido, pero muchos prefieren no pensar en ello ante las catastróficas consecuencias que esta supondría para la humanidad.
Aunque se ha visto representado en numerosas películas hollywoodenses de corte apocalíptico, esto está muy lejos de ser ciencia ficción. Los hechos lo respaldan: ha ocurrido antes.
Michael Poland, vulcanólogo estadounidense y científico a cargo del Observatorio del Volcán de Yellowstone, lo ilustra explicando que la caldera se encuentra, actualmente, en estado de latencia. Sin embargo, una nueva inyección de magma o un debilitamiento repentino de las capas geológicas que la cubren, podría ser suficiente para desencadenar un evento de despresurización inmediata.
En el peor de los escenarios, según Poland, toda la "barriga magmática" del coloso se vaciaría en una gigantesca explosión. Una larga columna de ceniza y lava saldría expulsada hacia el cielo, y se mantendría allí durante días, esparciéndose por la atmósfera.
Una vez que la columna eruptiva se quebrase, enormes flujos piroclásticos se abrirían camino a través del parque. Esta mezcla mortal de material volcánico, sumada a los gases tóxicos, se sobrecalentaría excediendo los 1.000 ° C, y podría moverse a velocidades de hasta 480 kilómetros por hora. Posteriormente, dichos flujos y depósitos de ceniza se asentarían y se enfriarían, y mezclados con lluvia podría sepultar a cualquier ser vivo que quedase atascado.
Cielos oscuros
El aspecto más peligroso de la erupción, sin embargo, sería la lluvia de cenizas, tanto a nivel local como global. Según Poland, si alguien llegase a respirar ese aire, se le desgarrarían los pulmones.
La ceniza resultante sería seis veces más densa que el agua, lo que significa que prácticamente todas las construcciones colapsarían a medida que esta esta acumule en los tejados; las carreteras y los sistemas de alcantarillado colapsarían; los suministros de agua se contaminarían y las redes eléctricas se cortarían. Millones de hogares se volverían inhabitables.
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¿Fin de los tiempos?
Y por si eso fuera poco, la ceniza en la atmósfera podría desplomar las temperaturas en varios grados, hasta el punto en el que el verano sería solo un lindo recuerdo del pasado.
Las rutas y los tiempos de los monzones cambiarían; la formación de ciclones tropicales sería mucho más impredecible y la agricultura sufriría. El suministro de alimentos se vería seriamente afectado y las enfermedades transmitidas por el agua podrían tomar caminos muy erráticos.
Pero aún en medio de tal miseria, Poland asegura que este evento "no supondría el fin de la vida en la Tierra". "De hecho, este experimento ya se ha producido, aunque pocas personas se dan cuenta", indica, citado por IFL Science y por el portal RT. El volcanólogo apunta a la erupción de Toba, ocurrida hace 74 mil años, y que "era más grande que cualquier cosa que Yellowstone haya producido alguna vez". Evidentemente, la humanidad sobrevivió a esa catástrofe, incluso "sin el beneficio de la tecnología", según concluye Poland.