No tuvo una fiesta de 15 años como muchas adolescentes. Maira Aidé Chután Urías murió calcinada el año pasado en el incendio en el Hogar Seguro.
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El día de su cumpleaños 16, el pasado 1 de marzo, su madre, María del Carmen Urías, sentada sobre una cama, contempla su fotografía y llora al recordarla.
Era una niña obediente. Le gustaba la comida china y lavar los trastos. Desde chiquita aprendió a echar las tortillas”, dice Urías con la voz entrecortada.
La mujer de 53 años no olvidará el día en que su hija salió a buscar trabajo y nunca regresó a la humilde casa de lámina que alquilan a la orilla de un río de aguas negras que atraviesa el asentamiento 5 de Enero, en Villalobos II, Villa Nueva.
“Quería un celular”
La familia Chután Urías, por años, ha sobrevivido de vender las frutas y las verduras que no cumplen con los estándares de belleza y de calidad en los supermercados, los cuales llegan a la Central de Mayoreo (Cenma).
Aunque es una labor digna, Maira no quería que su mamá siguiera trabajando de esa forma, por eso se propuso buscar un trabajo, el cual consiguió, sin el consentimiento de su familia, en una de esas tiendas tortillerías que abundan por la zona 1 capitalina.
Quería trabajar para ayudarme y para comprarse un celular y una televisión, una pantalla plana de 32 pulgadas, como la de Zulma, su hermana mayor”, recuerda con tristeza Urías.
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“Estaba desesperada porque no sabía nada de ella. Con mi hija mayor decidimos denunciar su desaparición en la Policía. No quería que la violaran como me ocurrió a mí a los 16 años”.
La policía encontró a la menor el 16 de septiembre de 2017 pero no la devolvió a su familia. Las autoridades decidieron ingresarla al Hogar Seguro. Su familia luchó por verla, pero fue hasta en noviembre que se les permitió visitarla.
Cuando llegué al Hogar, lloró, me abrazó y me pidió que la sacara de allí, yo le prometí que lo haría. Me dijo que ese lugar era un infierno”, recuerda Urías.
Las niñas y los traumas
El día del incendio en el Hogar Seguro, la organización el Refugio para la Niñez llegó al lugar y ayudó con el traslado de 25 adolescentes, 12 de ellas habían estado encerradas bajo llave en el aula donde ocurrió el siniestro.
La mayoría de las menores son de familias con un nivel de pobreza y pobreza extrema. Habían llegado al internado por rebeldía, por ser víctimas de violencia física o sexual, y por trata de personas, explica Zoila Ajuchán, una de las psicólogas del Refugio de la Niñez.
Durante el tratamiento psiquiátrico y psicológico las menores han demostrado que su comportamiento de rebeldía era porque tenían un trauma de maltrato o de violencia sexual, el cual muchas veces era desconocido por sus padres.
El proceso de recuperación para las víctimas no ha sido fácil. El amor y el acompañamiento que reciben de sus familiares es vital, asegura Ajuchán.
En los últimos días las menores han estado sensibles, se han abrazado y llorado mucho porque siguen recordando el día de la tragedia.
Miedo a los policías
El siniestro ocurrió el 8 de marzo después de que una noche anterior un grupo de adolescentes, entre hombres y mujeres, se fugó del refugio estatal denunciando los malos tratos y la mala alimentación.
A 56 niñas las encerraron en un aula de pedagogía de 47 metros cuadrados donde cada menor tenía 80 centímetros para moverse. El área solo tenía una entrada y una salida. No había un baño sanitario, ni agua potable. En ese lugar acomodaron 22 colchonetas sin forro, sin sábanas, ni ponchos, informó el Ministerio Público (MP).
Las menores no pudieron salir del siniestro porque estaban encerradas bajo llave. Los policías no les ayudaron, solo las vieron. Otros las grabaron con sus celulares.
Una de las sobrevivientes le contó al MP que cuando abrieron la puerta, se levantó y salió muy asustada.
Mi pelo agarró fuego. Le pedí a los policías que me apagaran el fuego, pero solo se rieron. Uno me grabó un video y me dijo que así como éramos buenas para molestar que nos aguantáramos”.
“Me fui al baño, un niño me quería echar agua pero una policía le dijo que no, que me dejara así y se reía de mí. Yo me sentí mal, todos me miraban. Llegó el profesor de física, me echó agua y me pidió que me quitara el suéter y me llevó con una doctora, en donde estaban las niñas quemadas”.
La misma situación la vivieron las otras adolescentes que sobrevivieron, por eso es que durante su acompañamiento psicológico han demostrado “miedo y odio a los policías”, dice Ajuchán.
Ayuda para el sepelio
El Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) confirmó que Maira fue una de las 19 niñas que murieron carbonizadas en el Hogar Seguro.
La noticia destrozó a su familia, la cual meses antes había enterrado a otro hijo luego de que lo asesinaran cuando trabajaba repartiendo agua. “La empresa no pagó la extorsión y me lo mataron”, dice Urías.
En un ataúd blanco entregaron el cuerpo de Maira. Para enterrarla su familia tuvo que pedirles ayuda a sus vecinos. Su cuerpo fue sepultado en Canalitos, en la zona 24, lugar donde nació su madre.
El año pasado el cumpleaños de Maira fue miércoles. La adolescente quería que la festejaran el domingo con un pedazo de pastel y con un plato de arroz chino.
Para el 10 de abril de 2017 estaba programada la audiencia en la que un juez de la Niñez y de la Adolescencia decidiría si la menor regresaría con su familia.
Un hogar de sufrimientos
En repetidas oportunidades Maira le contó a su mamá que en el Hogar Seguro eran víctimas de abusos.
Nos sacan en la madrugada. Nos cedan, nos duermen y cuando nos levantamos no tenemos ropa interior”, le decía la menor a Urías.
Abusos similares denunciaron 12 de las sobrevivientes a Ajuchán.
Durante el proceso han manifestado que fueron víctimas de bullying. Que cuando se bañaban las llegaban a ver los de seguridad con la autorización del personal del hogar. No había disciplina, ni una forma de hacerla, por eso es que cuando alguien rompía una regla, quien les daba respuesta era el mismo grupo, golpeándolas. Hay quienes se quejaron de la comida en mal estado, otras no”, detalló la psicóloga.
Huyó por malos tratos
Elsa (nombre ficticio) es una de las adolescentes que sobrevivió al incendio en el Hogar Seguro. Ella resultó con quemaduras en el rostro.
Ajuchán cuenta que Elsa llegó al refugio en diciembre de 2016, meses después de que abandonó su hogar por los malos tratos de su madre.
Viajó desde Cobán hasta la capital donde fue contratada en un comedor. Trabajando se enfermó y se fue a hospitalizar. Cuando le dieron el alta médica no pudo salir porque necesitaba que un adulto se hiciera cargo.
Llamó a su tía, pero no la llegó a traer, entonces las autoridades se la llevaron al Hogar Seguro”, cuenta Ajuchán.
Durante su recuperación, Elsa cumplió la mayoría de edad. El Refugio de la Niñez intentó reubicarla con su madre, pero ella no aceptó. Su tía se interesó, pero después desistió.
La única persona que mostró interés en la joven fue la mujer que la empleó en el comedor. Ella la llegaba a visitar al refugio, recibió las charlas como si fuera su familiar y cuando estuvo recuperada se la llevó a su casa.
Recientemente Elsa viajó a Cobán para visitar a su pequeña hija y regresó a la capital.
La familia Chután Urías
La familia Chután Urías alquila una humilde vivienda de lámina a la orilla de un río de aguas negras que atraviesa por el asentamiento 5 de Enero, en Villalobos II.
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