Estaba claro que en este lugar había un problema de bullying. Y tanto víctimas como victimarios eran todos ancianos.
Los asilos de ancianos y los complejos de viviendas para personas mayores están fijando políticas pensadas para reducir el bullying, un fenómeno que muchos creen se da solo entre adolescentes.
“Hay grupos que tratan de imponerse, como en todos lados”, dijo Betsy Gran, hasta hace poca subdirectora de un centro para ancianos de la Calle 30 en San Francisco.
Luego de los problemas en la cafetería y con el karaoke, el centro, en colaboración con el Instituto de los Ancianos, creó un programa anti-bullying. Todo el personal recibió 18 horas de capacitación, incluidas explicaciones de qué constituye bullying, las causas del mismo y cómo resolver conflictos.
Acto seguido los ancianos fueron invitados a participar en clases similares, ofrecidas en inglés y en español, en las que se les enseñó cómo alertar al personal y cómo intervenir si se produce un caso de bullying.
“En el pasado, seguramente me hubiera mantenido al margen”, expresó Mary Murphy, de 86 años, ex agente de bienes raíces, que participó en las clases. “Ahora me siento más inclinada a tratar de ayudar”.
Robin Bonifas, profesor de trabajos sociales de la Universidad Estatal de Arizona y autor del libro "Bullying Among Older Adults: How to Recognize and Address an Unseen Epidemic" (Bullying entre los adultos: Cómo reconocer y hacer frente a una epidemia imprevista), dijo que estudios indican que uno de cada cinco ancianos son víctimas de bullying. Lo ve como resultado de las frustraciones típicas de los centros comunitarios y un reflejo de los temas asociados con el envejecimiento. Muchos ancianos pierden independencia y control, y algunos creen que haciendo de bullies pueden recuperar parte del poder perdido.
“Sienten que perdieron el control”, señala Bonifas. “Y tratan de hacerse de un nombre intimidando y hostigando a otros, o chismoseando”.
Entre los ancianos es más difícil hacer frente al problema de bullying. Muchos de los bullies ni se dan cuenta de que su comportamiento es problemático.
“En el ciclo de la vida, esto no desaparece“, manifestó Katherine Arnold, de la Comisión Municipal de Derechos Humanos de St. Louis Park, Minnesota, que preparó un anuncio que muestra a un hombre que fue excluido de un juego de cartas y de quién se contaban muchos chismes. “No hay escape realmente”.
El acoso no incluye violencia física, sino más bien insultos, rumores y exclusión, de acuerdo con Pamela Countouris, maestra por mucho tiempo y que ahora dirige una consultora de Pittsburgh que ofrece tratamiento para el bullying.
Countouris se enfocó inicialmente en los jóvenes, pero ahora se concentra exclusivamente en ancianos. Y después de trabajar cuatro años en ese terreno, ha escuchado todo tipo de historias.
En una residencia para ancianos, una mujer que se sentía la reina del garage marcaba con llaves los autos de todas las personas que no le caían bien. En el lavadero se roban el detergente y se tira por el suelo la ropa de la gente. Los salones de bingo son a menudo campos de batalla donde todos se acusan de hacer trampa.
“No sabía que había una sociedad oculta en la que la gente trataba mal a los demás”, expresó Countouris.
En los casos más extremos, el problema va mucho más allá de discusiones en el bingo. Marsha Wetzel se instaló en un complejo de departamentos para ancianos cuando su compañera de 30 años falleció y su familia la echó de la casa que compartían. Dice que en el edificio la hostigaron mucho por ser lesbiana.
Un hombre golpeó su moto con un caminador y la insultó de arriba abajo. Una mujer estrelló su silla de ruedas contra su mesa en el comedor y la derribó, diciéndole que “los homosexuales se van a quemar en el infierno”. En el correo alguien la golpeó en la cabeza y en el ascensor la escupieron.
Lambda Legal, que defiende los derechos de los homosexuales, demandó en nombre de Wetzel a Glen St. Andre, la residencia donde la maltrataron. Un juez desestimó la demanda y se presentó una apelación.