“Sí, hay cura”, se repiten María Argentina Paz y Rodrigo Villanueva, una pareja de migrantes hondureños que marcha hacia Estados Unidos, en una desesperada búsqueda por tratamiento para su pequeño de seis años que sufre un cáncer terminal.
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Paz y Villanueva forman parte de la caravana migrante que partió el 13 de octubre de San Pedro Sula y que ahora recorre México tras cruzar la frontera guatemalteca de Tecún Umán.
La esperanza por encontrar una cura para su hijo, Mery Sair, los alienta a seguir hacia territorio estadounidense a pesar de los peligros de la caminata.
“En Honduras solo lo mantienen con quimioterapia y pastillas, pero la enfermedad es progresiva porque no la han podido detener”, cuenta Paz. En Estados Unidos “hay cura, han hecho investigaciones y ya lo están tratando y, sí, hay cura”, señala esperanzada.
Aunque siguen creciendo, los tumores en el pie y brazo derecho de Mery Sair no le impiden caminar. Su tapabocas de diseños infantiles cubre casi todo su rostro. Por la enfermedad, ya perdió el ojo derecho.
En su natal Omoa, su familia quedó a cargo de otros tres hijos de la pareja. El mayor de nueve años ya había sido sometido a una exitosa operación en el corazón hace un tiempo.
Atrás también dejaron la pobreza.
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“Solo alcanza para arroz, frijoles y la renta porque todo está caro, no puede uno. Entonces solo queda emigrar por la salud de él”.
Tras los tratamientos con quimioterapia, al niño “le dolía el estómago por el hambre y quiere comerse una manzana o un banano y uno no tiene dinero para poder comprar. Duele no poder” alimentarle, dice esta madre al borde del llanto.
Paz hacía limpieza en casas y su esposo actividades agrícolas “para poder sobrevivir, pero ni así uno puede sobrevivir”.
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Desahuciado
Para complicar la situación, los médicos hondureños los desahuciaron. “Los doctores me dijeron que lo disfrutara el tiempo que le queda de vida, (…), que no saben si va a vivir días o meses”, comenta con frustración.
“Una parte fundamental [de migrar] es por nuestro hijo que está enfermo, y la enfermedad que tiene en nuestro país es muy difícil [de tratar], por la pobreza y porque está en etapa terminal”, lamenta Villanueva.
Resignado, comentó que “las esperanzas en Honduras son muy pocas, entonces uno como padre tiene que estar hasta las últimas consecuencias con sus hijos y ver cómo puede uno puede ayudarlos y por eso hemos venido, arriesgando la vida y la de él”.
“Queremos disfrutarlo hasta el último momento y si Dios da oportunidad que se cure”, puntualizó.