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El 2018 fue un año caótico para la democracia ¿surgirán nuevos modelos?

Son tiempos caóticos para varios países que han apuntalado el orden mundial, una época de inestabilidad para el equilibrio de poder que rige desde hace décadas.

En todo el mundo, la gente cuestiona cosas que eran aceptadas y rechaza algunas como noticias falsas. Se reemplazan viejas tradiciones consideradas intocables con proyectos improvisados.

En Francia, sectores que se sienten marginados en un mundo cada vez más globalizado se han pasado semanas haciendo protestas y protagonizando disturbios para denunciar un gobierno que consideran elitista y desconectado de la realidad. El gobierno, que inicialmente no prestó mucha atención a las protestas, se vio obligado a reconsiderar su postura.

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Gran Bretaña todavía siente los remezones del referendo que convocó el gobierno para silenciar a sus opositores y que perdió. Ahora, mientras los políticos tratan de buscar una salida, el gobierno parece a punto de derrumbarse.

Y en Estados Unidos, un presidente al que algunos acusan de traicionar viejos ideales está haciendo a un lado protocolos y costumbres de sus predecesores. Su base está encantada; muchos se sienten desconcertados.

Estos episodios se suceden no solo en las tierras de Libertad, Igualdad y Fraternidad, de la Carta Magna, de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos sino en todo el mundo occidental.

En todos lados pasan cosas parecidas: sectores ajenos a los centros de poder rechazan las elites políticas porque sienten que los ignoran y apoyan nuevos movimientos que se manejan con distintas reglas y que a menudo se dejan llevar por sus más bajos instintos.

Para ser claros, no se trata de un debilitamiento de la democracia. Es, en cierto sentido, todo lo contrario.

¿ESTÁ PASADO DE MODA EL CONSENSO?

El sabor de la democracia más conocido en Occidente es indirecto: el deseo del electorado ayuda a dar forma a las instituciones de gobierno y a menudo funciona como defensas que calman las agitadas aguas políticas.

Los modelos emergentes, sin embargo, promueven una forma de democracia más básica, y a veces más atrevida, en la que el voto y otras expresiones políticas tienen un efecto más directo o en las que encumbran a un individuo que puede hacer a un lado esas instituciones.

¿Cómo se llegó a todo esto?

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Los años de recesión y austeridad que siguieron a la Segunda Guerra Mundial alimentaron la sensación de que se había traicionado una garantía que sostuvo el establishment político por décadas: la de que cada generación tendría una vida mejor que la previa.

“No nos hemos olvidado del 2008”, dice un graffiti cerca de los Campos Elíseos, el sector de París donde se suceden protestas. "Devuélvannos nuestro dinero”.

Súmele a ello una tecnología perturbadora que reemplaza contadores con algoritmos y secretarias con Siri. Agréguele la ubicuidad de las redes sociales, que eliminan todos los filtros de veracidad y civismo que moderaban el discurso político. Y mezcle todo esto con una campaña de hackeos promovida por enemigos de Occidente y pensada para desinformar, alentar las suspicacias y agitar el avispero.

Esta combinación explosiva estalló en el 2016 y la nube de humo sigue creciendo.

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En junio de ese año, tras más de cuatro décadas de una presencia ambivalente en el club europeo, Gran Bretaña realizó un referendo que buscaba, según el primer ministro de entonces David Cameron, “resolver la relación con Europa” de una vez por todas. Tras una campaña llena de manifestaciones xenófobas, iniciativas para asustar a la gente y violaciones financieras, los británicos acudieron en masa a las urnas y decidieron por muy poco dejar la Unión Europea, estremeciendo al establishment político.

En noviembre del 2016, fue Estados Unidos el que le dio la espalda a la tradición. Luego de una campaña ríspida, Donald Trump pasó a ser el líder del mundo libre. Casi todo lo que vino después no estaba en libreto alguno.

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Desde su impetuosa política exterior hasta sus desafíos a la tradicional separación de poderes, todas las acciones de Trump han generado cuestionamientos acerca de si él, y por extensión Estados Unidos, respetarán viejos principios y compromisos. Por tratarse de la nación más poderosa del mundo, esa incertidumbre no puede ser tomada a la ligera.

Francia dio luego la nota, en mayo, cuando un joven ejecutivo bancario y ex ministro de economía convenció a los votantes de que no era parte del sistema. El hiperglobalismo de Emmanuel Macron contrastó con la xenofobia de Trump, pero él también se comprometió a limpiar el pantano y a defender a la gente común.

Esa promesa se diluyó en poco tiempo. Macron pasó a ser pronto el “presidente de los ricos”, una imagen alimentada por su arrogante pronunciamiento de que Francia necesita un “Júpiter”, el principal dios de la mitología romana.

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El malestar llegó a su punto culminante cuando dijo que aumentaría los ya de por sí exorbitantes impuestos a la gasolina. Harta de los altos impuestos y el costo de la vida, la gente se volcó a las calles, algunos violentamente, en protestas que sacudieron el país y obligaron a Macron a dar marcha atrás.

LO QUE SE VIENE: MÁS INCERTIDUMBRE

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El caos no termina allí…

En todo el mundo, los políticos acatan nuevas reglas. Desde Rodrigo Duterte en las Filipinas hasta Jair Bolsonaro en Brasil, los candidatos ganan elecciones a pesar de pronunciamientos que son tan políticamente incorrectos que hasta hace poco hubieran garantizado su derrota. O tal vez gracias a ellos. Y el nuevo panorama revuelto despeja el camino de naciones como China, que buscan aumentar su influencia en nuevos rincones del planeta.

¿Es este un momento de cambio en la historia política moderna? La democracia liberal occidental parece casi un recuerdo simpático, cuya sobreviviente más prominente, la canciller alemana Angela Merkel, se aleja lentamente del candelero.

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Los temas relacionados con las revoluciones democráticas de Occidente son hoy más relevantes que nunca, incluso con sus nuevas formas. Resta por verse si estas nuevas voces representan nuevos caminos hacia la libertad y si generarán una mayor igualdad, como tantos ansían.

Al margen de esos dos grandes interrogantes, hay otro tal vez más urgente: ¿En este momento de grandes transformaciones, puede sobrevivir la fraternidad, el pegamento de posguerra que mantuvo unido un collage de naciones?

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