Fue un sábado, 13 de octubre de 2018. Un contingente de migrantes se reunió por primera vez en la terminal de autobuses de San Pedro Sula, una ciudad dual de Honduras, conocida por ser la segunda más importante del país, y al mismo tiempo una de las más violentas del mundo.
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Ese día la caravana migrante inició su travesía rumbo a tierras estadounidenses, con la mirada fija en el "sueño americano" que se difuminaba a la distancia.
Le siguieron otras caravanas también procedentes de Centroamérica, en las que los migrantes recorrieron miles de kilómetros a pie, en bus o en vehículos que los ayudaban, con la esperanza de obtener el estatuto de refugiados en Estados Unidos.
Unas 6 mil personas se congregaron en la ciudad mexicana de Tijuana. Pero al no poder cruzar la frontera, donde el presidente estadounidense, Donald Trump. desplegó miles de soldados, la caravana migrante empezó a disolverse.
"Tolerancia cero"
Trump ha hecho de su tolerancia cero contra la inmigración uno de los ejes de su agenda. Durante la campaña para las elecciones de mitad de mandato, el presidente llegó incluso a calificar la caravana de "invasión".
El gobierno estadounidense llegó a separar a menores que viajaban con sus padres para encerrarlos en una especie de jaulas, desatando una andanada internacional de críticas.
Y en medio de su cruzada contra la migración, el mandatario reforzó su promesa de construir un muro en la frontera con México, cuyo presupuesto de unos 5 mil millones de dólares es objeto de pugna con la oposición demócrata.
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Llegada a la frontera
El 25 de noviembre, unos mil integrantes de la caravana realizaron en Tijuana una manifestación pacífica, pero sorpresivamente, la mitad se lanzó sobre la oxidada lámina fronteriza. Treparon amontonados o cruzaron por los agujeros que encontraron en la malla. Algunas parejas hicieron malabares para subir a sus hijos.
Enseguida, otra barrera, amenazadora, con alambre de púas.
En tierra, el rugir de las patrullas estadounidenses; en el aire, helicópteros militares. Los gases lacrimógenos los sorprendieron. Recularon asustados.
"Parece que nos querían matar", dijo Flor Jiménez, hondureña de 32 años, que participó en la intentona con su esposo, su hermana y su hija.
Unos 40 lograron cruzar, pero fueron detenidos por agentes estadounidenses. México también capturó y deportó a 98 migrantes, acusados de hechos violentos.
El desánimo reinó. Algunos pidieron regresar, muchos aceptan ofertas de trabajo y facilidades migratorias de México. Otros siguen cruzando, solos o en grupos pequeños.
Y a esta gigantesca caravana siguieron otras, que sufrieron la misma suerte, terminando disueltas, con sus integrantes dispersos en México u otros países vecinos.