Gerardo Pérez regresó el sábado a un campo chamuscado en el centro de México con la esperanza de reconocer a amigos desaparecidos en el lugar donde un día antes él atestiguó el estallido e incendio de una toma clandestina de un oleoducto. Le fue imposible. Muy pocos de los restos aún tenían piel. Decenas de personas quedaron calcinadas hasta los huesos o convertidas en cenizas tras la explosión que dejó por lo menos 73 muertos.
Pérez dijo que el viernes en la noche, él y su hijo habían sorteado un contingente de soldados para dirigirse hasta la toma clandestina y desatendieron las advertencias de que se alejaran de lo que parecía un géiser de gasolina en la localidad de Tlahuelilpan, en el estado de Hidalgo, a unos 100 kilómetros (62 millas) al norte de la Ciudad de México.
Aseveró que ambos siguieron adelante en su propósito. Pero cuando Pérez se acercaba al lugar donde salía el chorro de combustible tuvo un presentimiento y recuerda haber dicho a su hijo que mejor se fueran del lugar porque podría haber una explosión.
Y fue lo que sucedió: una bola de fuego envolvió a los lugareños que recogían la gasolina que escapaba del ducto en cubetas, botes de basura y cuanto recipiente tenían a la mano. Diversos videos muestran el incendio que alcanza gran altura en la noche, mientras gente gritaba y huía corriendo de la explosión, algunas envueltas en llamas y agitando los brazos. Pérez y su hijo resultaron ilesos.
Para el sábado en la tarde la cifra de muertos se había elevado a 73, según el gobernador de Hidalgo; Omar Fayad. Al menos otras 74 personas continuaban heridas y decenas más estaban desaparecidas. Cincuenta y cuatro cadáveres no han sido identificados.
Los expertos forenses continuaban separando y contando los cadáveres carbonizados que estaban encimados mientras los parientes y amigos de quienes se creen que han muerto se reunían alrededor del lugar donde ocurrió la tragedia.
A pocos metros de donde el ducto de gasolina pasaba por un campo de alfalfa, muchos cadáveres quedaron encima de otros, quizá porque las víctimas, antes de morir, tropezaron unas con otras o intentaron ayudarse cuando se incendió el géiser de gasolina.
Varios de los fallecidos quedaron boca arriba, con los brazos extendidos, indicio de su agonía. Algunas víctimas al parecer se cubrieron el pecho en un último intento para protegerse de la explosión. Pocos cadáveres estaban juntos como si estuvieran unidos en un abrazo de muerte. Zapatos sueltos estaban diseminados en una superficie del tamaño de una cancha de fútbol, así como recipientes de plástico fundidos que las víctimas habían llevado para recoger la gasolina que salía del oleoducto. Cerca del lugar de la explosión, los trabajadores forenses marcaban con números montículos de cenizas.
El viernes, centenares de personas se habían reunido en el campo donde un ducto fue perforado por ladrones de combustible. La escena tenía ambiente de fiesta y el chorro de gasolina alcanzaba los seis metros de altura.
La empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) dijo que el oleoducto, que suministra combustible a gran parte del centro de México, había sido reabierto después de que lo cerraran el 23 de diciembre. En poco más de tres meses ha sido perforado en 10 ocasiones.
La tragedia ocurrió apenas tres semanas después de que el presidente Andrés Manuel López Obrador lanzara una ofensiva contra grupos delictivos que roban combustible y que han efectuado peligrosas perforaciones en ductos de combustible para instalar tomas clandestinas. En los primeros 10 meses de 2018, se contabilizaron 12.581 tomas clandestinas, un promedio de 42 por día. Debido al combate al robo de combustible, una amplia escasez afecta a las gasolineras en todo el país en momentos en que Pemex reorganiza la distribución.
En una conferencia de prensa el sábado temprano, López Obrador prometió seguir la lucha contra el robo de combustible, que recauda 3.000 millones de dólares anualmente.
“Vamos a erradicar eso que no sólo daña materialmente, no sólo es lo que pierda la nación por ese comercio ilegal, este mercado negro de combustibles, sino el riesgo, el peligro, la pérdida de vidas humanas”, dijo el presidente.
Dijo que la Fiscalía General de la Nación investigará si la explosión fue intencional —si la causó un individuo o algún grupo— o si la bola de fuego se debió al riesgo inherente de la extracción clandestina de combustible. López Obrador pidió a los lugareños a que rindan su testimonio no solo de lo ocurrido el viernes en Hidalgo, sino de toda la cadena del mercado negro del robo de combustible.
El presidente dijo que cree en la gente y que con este tipo de hechos dolorosos y lamentables se distancien del robo de combustible.
López Obrador enfrenta una lucha cuesta arriba contra una práctica que la misma gente dice está profundamente enraizada en las zonas rurales pobres por donde pasan ductos de combustible, que están a 30 o 60 centímetros (uno o dos pies) de profundidad en el suelo. Los ladrones especializados en combustible que perforan las tuberías por lo general se llevan su botín en camiones. Pero en los últimos días, debido a las acciones del gobierno contra las redes del robo de combustible, los grupos delictivos perforan los ductos e invitan a los lugareños a que les ayuden a llevarse el combustible.
Tlahuelilpan, de 20.000 habitantes, se ubica 14,5 kilómetros de la refinería de Tula que pertenece a Pemex. El director general de Pemex, Octavio romero, dijo que el ducto fue perforado cuando se desplazaban en él unos 10.000 barriles de gasolina Premium con una presión de 20 kilogramos.