En 1972, la Guerra Fría seguía dividiendo el mundo en dos bandos y los países de la órbita soviética mantenían entre sí estrechas relaciones políticas, económicas y sociales.
En medio de ese ambiente el jerarca de Alemania Oriental, Erich Honecker, encabezó una visita de Estado a Cuba, donde lo recibió el líder Fidel Castro con los brazos abiertos.
El artífice de la revolución le tenía una sorpresa a su amigo europeo. Se la dio a conocer cuando desplegó un gran mapa en una mesa y le mostró la ubicación de Cayo Blanco, una isla que el gobierno cubano obsequiaba a sus camaradas alemanes en señal de buena voluntad.
Honecker, feliz, aceptó la posibilidad de que su país tuviera un dominio en otro continente ante la importancia estratégica de estar a un paso de Estados Unidos y, de paso, convertir el lugar en un resort comunista internacional.
En compensación, Cuba recibió el 6 % de la cuota del mercado mundial de azúcar refinada, que hasta entonces correspondía a una empresa de la Alemania roja.
La isla queda en el mar Caribe, tiene 15 kilómetros de largo por 500 de ancho y es hábitat de especies endémicas, como la iguana cubana.
"Cayo Ernesto Thaelmann"
Al momento de la entrega, Castro decidió rebautizarla como "Cayo Ernesto Thaelmann", en honor a un comunista alemán que fue encarcelado por los nazis en 1933, y estuvo en confinamiento solitario hasta su ejecución en 1944.
Para hacer más completo el homenaje, un busto de piedra de Thaelmann fue instalado en la isla y es lo único que se hizo, porque dificultades económicas y falta de voluntad dejaron la donación convertida en una curiosidad, ya que Alemania Occidental no tomó posesión del lugar, y cuando en 1989 se unificó como nación, tampoco lo hizo.
Mientras, el gobierno cubano dijo que más que una concesión, fue un gesto simbólico.
En 1998, el huracán Mitch causó estragos en la isla y dejó el busto del mártir comunista en el suelo.