El Pussycat se jactaba de ser el club de strip-tease líder en Israel y Oriente Medio, con sus hermosas mujeres y sus alcoholizadas veladas. Pero, al igual que los demás bares de bailarinas desnudas de Tel Aviv, ha acabado arrastrado por una pequeña revolución social.
Cabe destacar que la historia que se relata a continuación se originó antes de la pandemia del nuevo coronavirus y que provoca divisiones en los movimientos feministas.
Líder
Durante años, el Pussycat reinó en el restringido círculo de bares de bailarinas de Tel Aviv, ciudad de playa, de sol, de copas hasta la madrugada, de música y de sexo.
Con Beirut, su hermana rival, la metrópolis israelí tiene la reputación de ser la ciudad de la veladas festivas en Oriente Medio.
En el Pussycat, un edificio circular que parece salido de una revista de arquitectura de los años 70, la jet-set local se reunía para beber champán. Hasta el verano pasado. Desde entonces, este templo de la lujuria ha sido reconvertido en espacio para ayudar a las ONG locales, y en minimuseo de lo que fuera antaño. La sombra de las noches ha dado paso a la luz de los días.
Un 'audio-tour' conduce a las entrañas del club. Por ejemplo, un vestuario lleno de espejos, o cuartos oscuros para los "bailes-contacto", o la sala VIP con su amplio sillón en imitación cuero ante una "pole dance".
Una escalera especial en el párking, ubicado en el sótano, conduce directamente al salón VIP, al cual las "personas muy importantes" podían acceder al club, sin ser vistos por los demás clientes.
Aquí se sentaron "las estrellas de televisión y los generales del ejército", se relata en el 'audio-tour'. Al fondo, una habitación, una cama y, según las asociaciones locales que denunciaron el lugar, un prostíbulo.
Sexo ilegal
A fines de 2018, el Parlamento adoptó una ley criminalizando los prostíbulos y la actividad de los proxenetas. La fiscalía agregó la prohibición de "bailes con contactos", para gran indignación del medio.
El verano pasado, una sociedad inmobiliaria adquirió el edificio del Pussycat, ubicado a dos pasos de la plaza de Tel-Aviv, en uno de los lugares más codiciados de la ciudad.
Yakir Segev, militante social, aprovechó la ocasión, y convenció a los nuevos propietarios de transformar el Pussycat en incubador de oenegés.
Ahora, cerca de lo que fuera un escenario de lascivas danzas, jóvenes mamás con bebés en cochecitos se reúnen para compartir su experiencia de mujeres en la alta tecnología israelí.
Se les sirve comidas, hechas en la cocina ubicada en los sótanos. Ahí, refugiados eritreos aprenden los rudimentos de la gastronomía israelí, a un metro de la habitación de "sexo ilegal".
Los promotores inmobiliarios dejan que ahí operen las ONG a la espera de obtener de la municipalidad una autorización para, quizá, transformar el lugar en un edificio de viviendas.
Meses después del Pussycat, otros clubs similares, como el Gogo Girls, el Shendu o el Baby Dolls, han caído como en un dominó.
Para Ayelet Dayan, de la Fuerza de intervención contra el tráfico humano y la prostitución, estos cierres son el fruto de un largo combate que lleva a cabo su organización, una mezcla de feministas y religiosos.
Según ella, estos clubs de baile eran verdaderas "pasarelas" hacia la prostitución. "No había solamente baile, sino también contacto y a veces penetración (…)", afirma a la AFP.
Victoria y derrota
Pero la victoria de Ayelet es la derrota de Agam, bailarina con cabellera de azabache. Tras el cierre en febrero de los clubs, varias bailarinas se manifestaron en Tel-Aviv, algunas a rostro descubierto, o con máscaras de gato blanco, para pedir la reapertura de los bares.
"¡Somos adultos! Y luchamos por la libertad de elegir" asegura Agam. "Queremos estar protegidas, queremos trabajar en un lugar estructurado con empleados alrededor, en lugar de bailar en los apartamentos de hombres, sin saber a quien tenemos enfrente", asegura.