La incertidumbre invade diariamente a Angelina López, una mujer de 59 años que antes de la emergencia del Covid-19 ya había iniciado una batalla, como muchos guatemaltecos más de escasos recursos, contra las adversidades: falta de vivienda digna, de empleo, de agua potable y de acceso a educación y salud.
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Desde hace 45 años vive en la colonia El Incienso, un asentamiento formado en los alrededores del puente con el mismo nombre en la zona 7 capitalina. Conoce de memoria los atajos y callejones para llegar a su hogar, un cuarto de cinco por cinco metros, construido de lámina y madera de una sola ventana con vista a un barranco. Este se encuentra al finalizar una de las tantas improvisadas gradas de tierra, a pocos metros del río de aguas negras.
En el lugar la esperan sus tres hijos: Léster (19 años), Kathy (16) y César (12), quienes al igual que ella también están inmersos en la incertidumbre de qué pasará ante los distintos obstáculos que han enfrentado desde que inició la pandemia.
A pesar de las circunstancias, Léster, su hijo mayor, logró culminar sus estudios de Bachillerato en Computación con Orientación Comercial. Su tía fue quien le pagó un colegio cercano; sin embargo, debido a la pandemia no ha logrado conseguir un empleo. “A las entrevistas que he ido me piden comprobantes de experiencia, pero siempre he trabajado en la economía informal”, dice.
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Ante esta situación, aboga por un empleo formal para poder ayudar a su familia a salir adelante.
Meses antes de la pandemia, Angelina vendía ropa, zapatos y juguetes usados. Los ofrecía sobre los rieles del tren en la parte central de la avenida Atanasio Tzul, en la zona 4. “Ahora me estoy dedicando a ir de casa en casa a ver si hay personas de buen corazón que me ayuden”, relata a Publinews.
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Una bandera blanca más
Angelina era una de las muchas personas que hoy en día se ven con una bandera blanca en sus manos, con la esperanza de recibir ayuda para enfrentar la crisis económica por la pandemia y llevar alimento a su hogar; no obstante, su hija, Kathy, padece de síndrome de Down y requiere cuidados especiales, por lo que ha dejado de salir.
“A veces él (su hijo Léster) se va a buscar trabajo y yo tengo que quedarme porque no se puede quedar sola, ella necesita pañales y mucha atención”, explica.
Las adversidades
Desde la muerte de su esposo, hace 11 años, empeoró su situación. La falta de dinero le ha impedido pagar por agua potable, tiene que esperar a que llueva y recolectarla en galones de plástico para bañarse y lavar su ropa. “Aquí en la capital también habemos personas pobres, en esta colonia hay bastante necesidad, mire cómo vivo”, expresa.
Mientras tanto, César, el menor de sus hijos, no pudo continuar sus estudios de sexto grado, ya que no cuentan con los recursos para recibir clases virtuales. “Están enviando tareas pero él no puede hacerlas porque no tengo un celular con internet, él lo que quiere es trabajar”, añade.
Las bolsas de alimentos repartidas por el Ministerio de Educación, a través del Programa de Alimentación Escolar, es la única ayuda que ha recibido por parte del Gobierno y con lo que estuvo sobreviviendo durante tres meses, ya que a la fecha no ha recibido el Bono Familia.
“Si esto va a seguir así, saber qué futuro nos espera, cada día va poniéndose peor” finaliza.
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