Francisco Rojche, un guatemalteco de 21 años, es uno de los 40 extranjeros que murieron en el incendio de un centro de detención de migrantes en la mexicana Ciudad Juárez el pasado 27 de marzo.
Una semana antes, el 19 de marzo, Francisco abandonó la precaria aldea de Siete Vueltas y se marchó con su primo Miguel, de 37 años, padre de seis hijos.
Ambos perecieron en el siniestro que se desató cuando un migrante prendió fuego a colchones y los encargados del lugar no hicieron nada para sacarlos del calabozo, según dijo la Fiscalía basada en imágenes de videovigilancia. A esa celda eran conducidas las personas que no han regularizado su situación migratoria.
“Se fue por el desempleo”, manifestó el padre de Francisco, Manuel Rojche.
Ubicado a 160 kilómetro al sur de la capital guatemalteca, Siete Vueltas es un poblado caluroso con calles de tierra. Tiene cultivos de caña de azúcar y limón, y algunos predios de pequeños ganaderos, pero pocas oportunidades para los jóvenes.
Soltero y sin hijos, Francisco era el segundo de cinco hermanos y quería trabajar en Estados Unidos para superar la pobreza, cuenta su padre.
Soñaba con comprar un terreno y construir una casa, meta inalcanzable en su Guatemala, donde 59 por ciento de los 17 millones de habitantes viven en la pobreza.
En Guatemala “trabajas mucho y ganas poquito”, afirma Rojche en su vivienda de bloques de cemento, sin puertas interiores y láminas de zinc.
Conmocionada al recordar que su hijo era muy activo y bailarín, la madre de Francisco, Rosario Chiquival, tuvo que ser atendida por otros familiares.
“Estaba desesperado por la necesidad del dinero, no alcanzaba. Tomó una decisión, pero lamentablemente […] no llevó a cabo el plan que él había hecho”, agrega el padre al romper en llanto.
Su familia improvisó un pequeño altar en la que fue su habitación, con una fotografía suya, flores y velas. Esperan recuperar pronto los restos para sepultarlos.
Emanuel Tziná, primo de ambas víctimas, siente “rabia” porque sus parientes murieron mientras estaban en custodia de quienes debían protegerlos.
“Nos duele bastante, nos mantiene con una rabia, con un nudo en la garganta, al saber que fue bajo el resguardo del gobierno mexicano”, dice Tziná, de 35 años.
Vía AFP