Opinión

Los nazarenos lo saben

Los nazarenos recorren la capital durante Semana Santa, y además de ser vistos, nos ven. Sus ojos lo asimilan todo. Y así como Víctor Hugo decía que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, la mirada de Jesús es la mirada que percibe el cuadro completo; el enorme paraje de almas que hace de la realidad un drama de carne y hueso, en el que caben tanto las grandes hazañas como los grandes crímenes.

No es difícil para Él entender a la muchedumbre que se reúne a esperar los cortejos procesionales. Porque Él es parte de su espíritu colectivo; lo conoce mejor que nadie. Y comparte con su audiencia la cruz que carga la humanidad. Nuestra cruz. La cruz de la existencia. Es proverbial que la gente se identifique con la pasión de Cristo, pues la vive a diario y en tono implacable. La gente sufre las traiciones, los latigazos, el desdén. Y no le es ajeno el abuso del poder que genera prepotencia. Ni el irrespeto a la vida que trae consigo sangre y lágrimas. Ni la escandalosa corruptela que mata niños que apenas comen y enfermos en hospitales desabastecidos.

Por décadas, los cucuruchos llevaron a las puertas del Palacio las andas en que el Hijo de Dios, hecho hombre en la madera de la fe, despreció a quienes gobernaban con gula, o bien a quienes masacraban a indefensos. Asimismo, los devotos cargadores han llevado en sus hombros nuestra más excelsa tradición, en el recorrido de las imágenes resplandecientes y benditas por calles donde, en las semanas no santas, el ultraje es la norma. Por donde el vejamen y el atraco se propaga con virulencia. Por donde la inequidad se muestra en andrajos con rostros quebrados y maltrechos, en el bazar inclemente del abandono, la estigmatización y el racismo. (“Aquí no ha cambiado mayor cosa”, me dice un joven colega por teléfono. Su voz me revela el asco que le causan las maniobras burdas de ciertos funcionarios. Es una percepción compartida. Pero a la vez, intento no caer en la tentación de ignorar lo caminado en menos de un año. Me sitúo en marzo 2015 y encuentro desolación en el panorama. Por cierto: ¿No sería una buena idea declarar el 16 de abril como el “Día Nacional contra la Impunidad”? “Demasiado pronto”, me contestaría mi joven colega. Y yo le daría la razón. Mas no me rindo con la esperanza: si fracasan los planes para destruir este proceso, no habrá excusa para añadir a nuestras fechas importantes ese ya célebre 16 de abril. Y tal vez sería incluso mejor que se le denominara el “Día contra la Corrupción”.)

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El nazareno percibe que las calles no son las mismas de siempre. Algo se respira en las conciencias que ya no es igual. Y apuesto a que, si pudiera, ese Cristo que convoca devociones diversas botaría por un instante su cruz y se dirigiría a la gente para pedirle que no desfallezca en su lucha. Hablo del Jesús de la mirada dulce; el que ennoblece el ejemplo de entrega y sacrificio por los demás, tan necesario para demoler las paredes de los templos plagados de mercaderes y fariseos que abundan en sociedades como la nuestra. Sociedades en las que impera la fascinación por el dinero fácil y el sicariato infame. Sociedades donde el “sálvese quien pueda” y el “mientras me salve yo, no me importa el prójimo” prevalece sobre el “intentemos salvarnos juntos, aunque yo me preocupe primero por los míos”, como es natural. (Y mientras tanto, el mundo cambia hasta en las costas donde el mar sugería que jamás iba a acercar sus olas de mayor coraje.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se decanta por una lectura lúcida de aquella frase genial de Einstein y decide “no hacer siempre lo mismo, para así obtener resultados distintos”. Ojalá que su visita a Cuba rinda los frutos deseados en un plazo razonable. Y que haya libertad en la isla; que la dictadura de los Castro por fin ceda. Pero que no se pierda la solidaridad ganada. Que no se esfume el espíritu de dignidad. Que el malecón no sea un vértigo de asfixia para quienes piensan diferente.)

Hoy sale el Jesús de La Reseña a dar un paseo de flores por el barrio de La Merced. Es a la imagen que le rezo desde niño, aunque jamás me haya gustado la religión. Confío en su mirada. Y sé que, así como la gente sale a verlo, Él nos ve. Y que en su lenguaje de osado amor y de pacifismo extremo, rechaza la violencia de quienes defienden su poder con uñas, dientes y odio. Ese Jesús no acepta grados militares ni limosnas provenientes de capitales amasados con sangre. Ese Jesús es humilde y asume su calvario como un valiente, igual que muchos de los que lo veneran durante su recorrido. Es hora de seguir los pasos de quien una vez dijo “amaos los unos a los otros”. Y de amar a nuestra tierra con visión de futuro. Los nazarenos intuyen que Guatemala tiene una oportunidad única para dar el gran paso. Y quisieran inspirar y prevenir desde las andas para que la gente no se duerma en su poltrona de comodidad. Los nazarenos piden por nosotros. Es el momento histórico de derrotar al viejo y caduco orden que nos abatió en la podredumbre. Los nazarenos los saben.

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