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Está en la avenida de La Reforma. Casi llegando a El Obelisco, en medio del pequeño bosque del gran bulevar. Es una mole de mármol esmeralda oscuro, jaspeado. En la base de la parte superior del pedestal, se ve el concreto cincelado y cómo arrancaron de tajo el busto de bronce. Me parece que era González Goiri el artista que hizo la talla, pero me podría equivocar.
Al frente solo queda la placa, que los ladrones, seguro ignorantes e incultos, no pudieron o no quisieron robar también. Habrá sido por el valor del bronce. El gigante de las letras, la historia y el periodismo que el busto robado representaba siempre ha sido uno de mis héroes, en este país de tantas luchas contra la tiranía, la ignorancia y las corruptelas de tantos gobiernos.
Era un hombre brillante, un polímata, es el calificativo que reiteradamente la gente que tuvo la dicha de conocerle le da. Un hombre de educación y de cultura, mas no de pretensión o engreimiento, según los múltiples honores y reconocimientos que recibió de tantos guatemaltecos y colegas periodistas durante su vida, que en mis ojos fue no solo larga y prospera, sino inmensamente rica. Rica por la riqueza más fina del mundo: el conocimiento y la hombría de bien.
Escribió extensamente, fue reportero, columnista respetado, luchó contra la dictadura de Ubico y sus crímenes, fue un liberal que no dudó en criticar a los liberales y fue un republicano, pero por sus luces y moderación, mas que por su filiación política.
Nunca dudo reclamarle al poder sus excesos, incluso en el tiempo cuando hacerlo costaba la vida. Así lo vio con su editor Alejandro Córdova, de “El Imparcial”, aquel diario, de los de antes, que de niño veía leer a mis abuelos, y entre ellos y los columnistas que leían, ya era nuestro héroe-leyenda.
Escribió una obra cumbre sobre nuestra independencia y la nobleza de espíritu de los patriotas que antagonizaron con Filísola y el imperio mexicano hasta lograr anular la aberración de la anexión a Mexico y lograr la independencia absoluta, que luego desembocó en una guerra civil centroamericana de donde nacieron las cinco repúblicas, hermanas todas en el nacimiento, pero lamentablemente sin una patria común.
Su obra máxima, “Barrundia ante el espejo de su tiempo”, es quizá mi libro más preciado, una edición de los cincuenta, que no solo es mi referente para la propiedad en el uso del lenguaje, sino además una ventana tan excelentemente bien escrita y referenciada sobre el nacimiento de la patria centroamericana y la república.
Un día también, fascinado por la historia del hombre, encontré un volumen de la tipografía nacional, que recopilaba una serie de reconocimientos y escritos de amigos y admiradores de este prócer de las letras y el periodismo guatemalteco, que homenajeaba sus logros, su hombría de bien, sus ideales, su erudición.
Hombres así, siempre he pensado, necesita la patria: honestos, transparentes, luchadores, que no le temen a la tiranía, ni a la corrupción, ni al poder, pero más todavía, aman a esta patria, no con un amor enfermizo de nacionalistas vacíos, sino desde el conocimiento de los grandes hombres y mujeres que han luchado por nuestra libertad desde todos los tiempos.
Y con ello, aunque cuando veo el monumento al prócer mancillado por ladrones ignorantes, recuerdo: La memoria de don David Vela es tan enorme que en ningún monumento robado puede lograr que se le olvide. Hoy en estos días de rebelión de las masas, de juicios por clamor popular, pero sobre todo de esperanza en unas instituciones republicanas más sólidas y fuertes, recuerdo a esta insigne periodista, originario del oriente del país, prohombre y figura cumbre de las letras guatemaltecas. ¡Honor a su memoria por siempre, don David!