“¡Enfócate en cómo solucionar tu problema y luego analiza qué hacer para que no vuelva a suceder!”.
“El problema no es el problema, el problema es tu actitud ante el problema”.
Todos los días nos vemos enfrentados a un sinnúmero de problemas. Chicos, grandes, complicados, simples. Problemas en los que no tenemos absolutamente nada que ver, y algunos que nosotros mismos provocamos.
Independientemente del origen y la magnitud del mismo, la realidad es que todos los tenemos. La diferencia está en cómo cada uno de nosotros enfrentamos los inconvenientes que surjan.
Lo más común es pensar que no existe solución, que es el fin del mundo y que nunca seremos capaces de solucionarlo por nuestra cuenta. Dependiendo de nuestra personalidad, y del inconveniente en cuestión, tenderemos a entrar en negación, o por el contrario, lo magnificaremos ahogándonos en un vaso de agua que lo único que logrará es dificultar que encontremos una salida.
Cuando ya está el problema encima, podemos llevar a cabo ciertas estrategias que nos ayudarán a solventarlo, o al menos no perder los nervios en el intento. El primer paso, así como en muchos aspectos de nuestra vida es: Aceptar que tenemos un problema. El admitirlo es siempre el primer paso para afrontarlo. De hecho, el negarlo o evitarlo, solo lo hace más grande y produce que se vaya agravando en nuestra mente.
El segundo paso es analizar el origen y preguntarnos: ¿Qué pudo haberlo causado? ¿Quién lo está provocando? ¿Cuál es mi responsabilidad? Quizás existe algún detonante o algún causante que la reflexión te puede ayudar a encontrar.
El tercero es salir de la burbuja. Cuando tenemos un problema tendemos a meternos tanto en él que nos cuesta verlo en perspectiva. En ocasiones, pensar: ¿Qué pensaría mi padre de esto? O ¿qué haría mi jefe si le pasara algo así? Nos ayuda a verlo con otros ojos y a expandir nuestra habilidad para encontrar una solución creativa.
Además nos ayudará a darnos cuenta de que, quizás, no es tan terrible como pensábamos en un inicio y que, sin duda alguna, tiene una solución.
El cuarto paso es hablarlo con alguien cuya opinión respetes. Digo esto ya que en ocasiones cometemos el error de hablarlo con la persona equivocada y ¡terminamos más enterrados que nunca! Háblalo con una persona positiva, que haya sabido hacerle frente a la vida, que tenga una perspectiva externa objetiva, y sobre todo que sea honesto y sincero.
El quinto es ver el problema como un reto o una oportunidad y no como un inconveniente. Por ejemplo, si tu jefe te devolvió un informe diciendo que no sabias escribir y que era una vergüenza lo que le habías entregado. ¿Cuál sería el reto de este problema? ¡Claro! Aprender a redactar, y de paso mejorar tu ortografía. Evidentemente el afrontar este problema hará que seas un mejor profesional.
Y por último, y no menos importante. No olvidemos que todo depende del punto de vista en que miremos el problema, y la actitud con la que lo afrontemos. Si nos enfocamos en lo negativo, será mucho más difícil verlo objetivamente, y por ende, solucionarlo.
¡Enfócate en cómo solucionar tu problema y luego analiza qué hacer para que no vuelva a suceder!
“La actitud positiva quizás no resuelva todos tus problemas… Pero hace que resolver cualquier problema sea una experiencia mucho más agradable” Grant Farley