“Como dijo Enrique Krauze en una entrevista meses atrás. ‘¿Cuántas personas leyeron ‘Mi Lucha’, de Hitler, y dijeron: ‘Eso es algo que dice en el libro, pero nunca hará una cosa así?’ Y lo hizo puntualmente"”.
Hoy, tal vez más que nunca, quisiera estar equivocado. No poseer la mínima certeza. Y dar en mis argumentos todos los palos de ciego habidos y por haber. El triunfo electoral de Donald Trump me preocupa sobremanera. Intuyo que el planeta va a padecer su presidencia con una seguidilla de abismos. Guatemala incluida. Recuerdo cuando en 1998, Hugo Chávez ganó las elecciones en su país. Yo estaba en un seminario de periodismo, y un colega que había cubierto noticias en todo el mundo me dijo que ese militar exgolpista iba a destruir Venezuela. Sus palabras resuenan en mi memoria con nitidez: “Es un populista cínico”, afirmó. Y a continuación predijo casi cuanta debacle vimos después en los siguientes 18 años.
La noche del pasado martes, mientras se consumaba el conteo de votos y la adjudicación de colegios electorales daba por ganador al magnate neoyorquino, no dejaba de pensar en eso. Y lo lamentaba con cada resultado que consumaba la paliza en las urnas que le propinaron los estadounidenses a Hillary Clinton. Había ganado el discurso del odio y de la reivindicación de una raza supuestamente superior.
El discurso de la intolerancia y del racismo. El discurso que apelaba al miedo y a la frustración. El discurso de la agresión premiada y del alarde de la prepotencia. El discurso del “si no gano yo, a lo mejor no respeto los resultados”. Trump es un populista cínico. Y, aunque la corrección política es detestable, en particular cuando luce su faceta hipócrita, no considero que sea la única gran derrotada en este episodio. También salen muy averiadas, y mucho, las agendas progresistas y de orientación humanitaria que, con tropiezos, iban avanzando.
Y es una pena que sean incontables los que confundan una cosa con otra. ¿Qué ocurrirá si el próximo ocupante de la Casa Blanca decide separarse del COP 21? ¿A qué tipo de futuro podrá aspirar este planeta si no detenemos la masacre contra el medio ambiente? Pienso de inmediato en el pavor que han expresado los migrantes indocumentados durante los días recientes. La amenaza los acoquina. Y no solo la de ser deportados. También le temen a los ataques directos. Y a la separación de familias. La retórica de Trump ha causado ya un daño terrible. Y, sin embargo, a pesar de mi pesimismo, la política es tan contradictoria que, de pronto, luego de una presumible oleada represiva inicial para responderle a sus votantes blancos, es con Trump que se logra la tan ansiada reforma migratoria. Me queda aún algo de optimismo.
¿O será que soy un iluso más que trata de aferrarse a una esperanza inexistente? Es cuerdo recordar que no ganó las elecciones un republicano cualquiera. Las ganó un hombre del cual, a ratos, dudo hasta de su estabilidad mental.
Pese a ello, es de algún modo estimulante percibir que el presidente electo ha “suavizado” sus declaraciones desde que ganó. Pero no me confío. Trump no es un “outsider” más. Y la trivialización de la política, sumada a una visión chata y vulgar de la vida, podría ser sumamente peligrosa cuando está al mando de la máxima potencia mundial. ¿Qué puede pasarle a Guatemala en ese contexto? Mucho y nada. Y ambas cosas conllevan un gran riesgo. Un amigo, a quien considero de centro derecha en el espectro político local, me llamó este fin de semana y me mostró su alegría porque, según él, ya no habrá “instrucciones en inglés”.
A su criterio, seremos los guatemaltecos los que, a partir de ahora, resolveremos “soberanamente” nuestros problemas. Yo, de ser él, no estaría tan optimista en tal sentido. La injerencia no es nueva. Y no se terminará en el corto plazo. Y si de idiomas se trata, lo que más debería de importarle a mi amigo el nacionalista de vestiduras rasgadas, no es si las órdenes se imparten en determinada lengua, sino si estas ayudan a mantener el ritmo de la depuración de este putrefacto sistema. Sin el deseo de incordiar a nadie, ¿qué les parecerían unas instrucciones claras y directas en el español más guatemalteco de Mariscal Zavala? ¿Cómo verían una hoja de ruta redactada en el castellano más chapín de los liderazgos más nefastos? El populismo cínico está de moda.
Proclamar los argumentos del miedo, ganar elecciones y después retractarse con impudicia. La historia del Brexit, por ejemplo.
No quiero pensar en escenarios extremos de horror. Un golpe mortal a las remesas que envían de manera heroica los migrantes desde Estados Unidos haría colapsar nuestra economía. Nada de eso es descartable. Como dijo Enrique Krauze en una entrevista meses atrás. “¿Cuántas personas leyeron ‘Mi Lucha’, de Hitler, y dijeron: ‘Eso es algo que dice en el libro, pero nunca hará una cosa así?’ Y lo hizo puntualmente”.
Ahí radican mis angustias. En ese imprevisible, obtuso y temperamental Donald Trump, a quien las masas le creyeron y a quien muchos subestiman. Resultó cierto eso de que el magnate podía dispararle a la gente en la Quinta Avenida de Nueva York y no perder votos.
Por ello, hoy más que nunca quisiera estar equivocado. No poseer la mínima certeza. Y dar en mis argumentos todos los palos de ciego habidos y por haber. Lo reitero: le temo, y mucho, al populismo cínico.