“No existe liderazgo confiable capaz de calmar las aguas. Las divisiones abundan. Y los conspiradores del miedo celebran sus victorias por WhatsApp o por Twitter”.
Sube la tensión, y se multiplica el caos. En el Congreso, por ejemplo. Las últimas dos semanas he percibido, de manera creciente, un sentimiento hacia los diputados muy similar al odio. La gente se expresa por las redes sociales, o bien en reuniones privadas, con un desprecio encolerizado hacia ellos. Y los legisladores no ayudan en nada, sino que hacen exactamente lo contrario. La aprobación de leyes fundamentales no avanza. Pero sí caminan, con descaro, las acciones que buscan servir a las agendas de poderosos sin escrúpulos o a las del hampa más vil. Lo de siempre, diría alguien. Sin embargo, el desorden actual es el río revuelto que los pescadores de peor calaña suelen aprovechar para propagar sus nefastos anzuelos. Me refiero a los extremistas de aquí y de allá. A los que viven al servicio del odio.
Podría ser que en el Congreso haya un nerviosismo muy cercano al pánico. ¿Cuántos van a caer por el caso Odebrecht? ¿Quiénes más irán pronto a prisión por las plazas fantasma? ¿Qué tropelía nueva se conocerá en la próxima redada de la CICIG y el MP? Mientras tanto, la economía sufre, sobre todo por los rumores fantasiosos de quienes lucran con la polarización fabricada, el oportunismo agazapado y el miedo atávico. Y, en este fuego de inestabilidad, las inversiones bajan. Cualquiera con dos dedos de frente entendería que es falso que el embajador de Estados Unidos, Todd Robinson, esté pensando en nombrar a un izquierdista como presidente. Pero hay incautos y enfermos que lo creen. Es desquiciado, asimismo, socavarle a como dé lugar el terreno al mandatario Jimmy Morales, con el fin de crear la tormenta perfecta para que se agilice un cambio en el Ejecutivo. ¿Qué ganaríamos hoy si eso sucediera? ¿Quién podría tomar posesión y desempeñarse con éxito? A Jimmy Morales le va muy mal por estos días. Especialmente, porque él mismo se sabotea y se condena con sus declaraciones. Es de supina arrogancia afirmar que no está pensando en sacar del país al comisionado Iván Velásquez, pero que, “si quisiera, podría hacerlo”. ¿Tenía necesidad de afirmar semejante cosa? ¿Con quién habrá querido quedar bien? ¿Para qué se mete en problemas de la nada? También me espanta que, sin pudor, haya gente que de manera pública exija que la CICIG se vaya de Guatemala. Me pregunto qué plan B tendrán para sustituir a la Comisión. Y también intento imaginar cuál sería el destino de este país si tal cosa ocurriera. La verdad es que no existe tal plan B. En todo caso, la idea es volver a lo de antes. Es decir, a la impunidad asegurada de aquel que dispusiera de facultades para procurársela desde la administración pública o bien desde sus propios medios, fueran estos legítimamente adquiridos o no.
El Congreso es el centro neurálgico del torbellino político en cualquier parte del mundo. No digamos aquí, donde cada potentado tiene a “sus diputados”. Es en el Organismo Legislativo donde se refleja, con sucia nitidez, el pulso y las rabietas de los poderes en pugna. La justicia ha llegado ahí como nunca antes. Con decisión y fuerza. Y eso descontrola al status quo. Las recientes acciones de varios congresistas marcan un desafío a la ciudadanía, a la que podría salirles muy caro a los “dignatarios de la nación”. No es descartable que, detrás de la interpelación a la ministra de Salud, estén corriendo millonarias sumas de dinero para proteger intereses ideológicamente diferentes pero idénticos en su leonina forma de ordeñar al Estado. Usted leyó bien: desde grandes compañías proveedoras hasta los innumerables sindicatos que orbitan alrededor de esa cartera.
Sube la tensión, y se multiplica el caos. No existe liderazgo confiable capaz de calmar las aguas. Las divisiones abundan. Y los conspiradores del miedo celebran sus victorias por WhatsApp o por Twitter. El momento colinda con el precipicio del desbarajuste. Hay peligrosas contradicciones a las que deben cortarles el financiamiento: terroristas perturbados que dicen combatir al terrorismo y defensores de los pobres que perpetúan la pobreza. Así de claro.
Ojalá que los pocos políticos que aún quedan con cordura y decencia, así como los personajes de peso, tanto del empresariado como de los sectores sociales, comprendan lo antes posible que es de vital importancia respaldar alianzas de buena voluntad para detener la inminente debacle. Alianzas para administrar la frágil coyuntura. Alianzas para sofocar los incendios en ciernes. Alianzas para no permitir que, en este río revuelto, los pescadores de peor calaña se salgan con la suya.
No soy quien para armar ninguna convocatoria de alto nivel. Pero aquí aún quedan notables que pueden y deben hacerlo. No hay mucho tiempo para ello. Urge que el coraje escriba la historia. Apelo a la sensatez.