El mismo día que terminé de ver la quinta temporada de “House of Cards” se murió Adam West, el primer Batman. Vaya contraste. La perversidad y la traición de los Underwood frente a la nobleza naïf de un superhéroe encapotado, incapaz de seducir a Gatúbela. La televisión de ahora y la televisión de antes. La soledad de siempre. Los años que son un espejo donde lo implacable y lo impecable no logran esconderse. Vaya certeza. La voracidad por el poder enceguece y perturba a quienes se regodean y se subliman dando órdenes, o bien decidiendo quién vive, quién muere o quién sigue teniendo empleo. La clásica entre los trituradores de sueños que gustan de imponer su pesadilla. ¿Cuántos de los que usted conoce encajan en ese malévolo perfil? Aspiro a no incurrir en el abuso desfachatado e hiriente si algún día se me concede un trono de mando y de facultad. Mas no puedo garantizar nada. Las debilidades humanas son impredecibles. Aquí nos sobran ejemplos en los días recientes. Vaya redundancia.
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La lluvia cae del otro lado de mi ventana como una necedad sin remedio. Han pasado dos días desde que escribí el párrafo anterior. Reviso mis apuntes de la jornada y solo encuentro el infortunio del “Hogar Seguro”. Mientras más me ahondo en la historia, mayor es mi tristeza. Y también mi indignación. Y mi desconcierto. Y mi compasión por quienes han sido arrastrados por este río de vilezas acumuladas. Veo una avalancha de acontecimientos que junta piezas en ese tablero de arenas movedizas donde el ajedrez jadea y da grima, ya sea que juegue de blanco o de negro. Y atraídos por el imán de la desgracia, los personajes de esta tragedia van confluyendo y conspirando como por arte de infamia. Pero esto no es televisión. Es la horrenda realidad. Esa donde se normaliza el maltrato a menores. Esa en la que las autoridades, a sabiendas o por necesidad, permiten el colosal vejamen. Se registran nuevas capturas en este capítulo del relato. Días atrás habían sido anunciadas por uno de los sujetos procesales, quien basaba sus predicciones en los testimonios oídos durante las audiencias. Vaya clarividencia.
Corren rumores espeluznantes. Se confirman desgarradores episodios. Abundan las vidas perdidas y las vidas arruinadas. El que mal anda, mal acaba. Y a veces, el que anda como puede, no se libra de acabar mal. O pésimo. O bajo tierra.
La infausta página del 8 de marzo es una de las tantas de su especie. Provocada, permitida, atizada y aprovechada. Sin el espacio mínimo para la misercordia. Como las maquinaciones inclementes de los Underwood. Contraria a la maldad light de villanos como el Guasón, el Pingüino o el Acertijo. Vaya conclusión. Mi ventana sigue coleccionando necedades lluviosas. No estoy para sesudos señalamientos esta tarde. Ni para analizar si A debió hacer esto, o si B pudo o no abstenerse de actuar así. Es obvio que no termino de entender lo que sucede en el fondo de este caso. Solo sé que la indolencia cruel desempeñó un papel protagónico en su trama. Y que se hizo acompañar de la saña. Y del desprecio cínico hacia los débiles. Y de la bajeza. Y de la indiferencia. Y de la estupidez. Y de la costumbre.
En la masacre ocurrida en el “Hogar Seguro” se desplomaron infinidad de familias. Se pisotearon ilusiones varias. Se atropellaron carnes y huesos. Vaya sadismo socialmente aprobado por décadas. Pero no nos engañemos. Todos somos cómplices de algún modo. Por permitir a los Underwood subdesarrollados y por creernos la fantasía de súper villanos que pintamos sin pudor a la medida de nuestras conveniencias. Aceptémoslo: esta Guatemala, plagada de burdas desinformaciones y de apatías santurronas, dista mucho de la buena televisión de ahora y de antes. La Guatemala de hoy es una horrenda realidad, que por azares del destino aún podría salvarse, siempre y cuando reaccione y actúe en consecuencia. Vaya consuelo. Nos faltan políticos con clase que jamás se atrevan a quitarse la corbata para humillar al pueblo. Nos faltan élites dispuestas a no defender, con uñas negras, privilegios de cuello blanco. Da pena decirlo, pero lo digo: nos movemos entre la ignominia atroz de los Underwood y el candor cursi de Batman. Pero ojo con el dato: no estamos ni en Washington ni en Ciudad Gótica.