No es apropiado ni correcto que un embajador le llame “idiotas” a diputados del país donde desarrolla su misión diplomática. Aunque diga la verdad. Todd Robinson, el hombre a quien la Casa Blanca confía su representación en Guatemala, acaparó titulares de prensa con el episodio ya por todos conocido. Y resulta sumamente curioso, y a la vez revelador, que pese al revuelo causado luego de esas declaraciones, sus superiores en Washington no den muestra alguna de descontento. ¿Será que lo dicho por Robinson es compartido por la administración Trump? Hasta ahora, pareciera que sí. Lo cierto es que durante esa reunión con periodistas en la que se dio el tan divulgado incidente, el embajador no se limitó solo a expresar sus sentires acerca de cuatro legisladores vinculados con un contrato de cabildeo por el que se pagaron Q7.2 millones. También dijo, entre otras cosas, que la prioridad para su país es la seguridad y que en función de eso el respaldo financiero hacia la CICIG no va a cambiar. Lo cual es una pésima noticia para quienes se sienten molestos y agobiados por las acciones judiciales emprendidas por esa entidad, en conjunto con el MP.
Es entendible que hasta quienes respaldamos la lucha contra la corrupción nos sintamos incómodos con que el diplomático se pase de la raya e insulte a cuatro congresistas locales. Aunque éstos, con su actuar, le den pretextos suficientes para hacerlo. Porque es de verdad muy penoso que, como mínimo tres de ellos, se presten a ser intermediarios en esa operación de “lobbismo” sin haberse siquiera preocupado por averiguar de dónde provenían los fondos para pagarlo. Estoy de acuerdo con Arabella Castro, expresidenta del Congreso, en que es muy poco probable que el contrato en cuestión haga constar de manera evidente que el objetivo de ese cabildeo sea promover la salida de Robinson o propiciar el retiro del apoyo a la Comisión dirigida por Iván Velásquez. El “lobbismo”es legal. Y también muy común. Sin embargo, en opinión del excanciller Fernando Carrera, el caso que nos ocupa sugiere el socavamiento del manejo de la política exterior de Guatemala. Gabriel Orellana, también exministro, va más lejos. A su criterio, hay una conducta irregular de parte de estos cuatro diputados al intervenir en algo que le compete únicamente al ministerio de Relaciones Exteriores. “Eso amerita una investigación que, de verificar tal cosa, podría traer consigo una pena de cárcel”, dijo. Los dos exfuncionarios coinciden en que lo afirmado por Robinson fue un “exabrupto”, muy extraño en un profesional con tanta experiencia. Alfonso Cabrera, otro excanciller, piensa lo mismo, pero hace ver que el origen del financiamiento de ese lobbying es la clave para desenredar esta madeja, así como para eventualmente poder procesar a los diputados. No hay que perderse. Más allá de si el Ministerio Público determina lo legítimo o lo espurio detrás de ese contrato, lo evidente es que sus reacciones delatan a mucha gente alrededor del tema. Hay quienes, por ignorancia o por mala fe, buscan satanizar la reunión de los periodistas con el diplomático. Ven maravilloso y patriótico que los diputados den la cara por uno o varios financistas anónimos en un contrato de “lobbismo”, pero consideran indigno que un grupo de reporteros converse con una fuente pertinente que les proporciona información. El colmo es que haya quienes critiquen que nos hayamos reído cuando Robinson incurrió en su “desliz verbal” al referirse a los legisladores de modo peyorativo, y que no hayamos abandonado la charla con portazo incluido. La verdad, mi amor por Guatemala va por otros derroteros.
No celebro ni aplaudo que el embajador de ningún país insulte a mis paisanos. Aunque tenga razón. Me extraña, eso sí, que muchos que celebran y aplauden que Donald Trump insulte a mis coterráneos trabajadores profiriendo agravios y ofensas en su contra, ahora se rasguen las vestiduras y protesten con tanta vehemencia cuando Todd Robinson hace algo similar con unos diputados que se prestan para intermediar en un cabildeo, ciertamente legal, pero oscuro en cuanto a su financiamiento. Y he aquí algo que aún no se ha dicho de la reunión en la que participé junto con otros colegas. Cuando se le preguntó al embajador si había alguna posibilidad de que se quedara más allá de los tres años que le corresponden, su respuesta fue lacónica y directa: “Todo es posible”, contestó. “I serve at the pleasure of the President”. Así lo dijo.