Hace varios años, en una de las manifestaciones organizadas por los maestros durante el gobierno de Alfonso Portillo, escuché con mucha fuerza una consigna que gritaban fuertemente los manifestantes, y que en ese momento condensaba la posición que tenía ese gremio frente al Ejecutivo. Lo expresado, de manera individual y colectiva, al unísono, en coro y con un alto grado de sintonía y coordinación, era: ¡Ni un paso atrás! ¡Ni un paso atrás!
Hoy recuerdo esta consigna porque estamos dando un paso gigantesco, pero hacia atrás, en la educación en el país. No puedo creer que como sociedad no terminemos de aprender que los cambios se dan de manera progresiva y necesitan continuidad. Que es necesario trabajar para alcanzar los resultados esperados y no tratar cada vez que se nos ocurra, que en el mejor de los casos es cada cuatro años con cada nuevo gobierno, cambiar las políticas e “iniciar” los procesos de cero. Eso no nos llevará a ningún lado. Necesitamos políticas públicas que trasciendan en el tiempo.
Para muchos actores, que la Corte Suprema de Justicia (CSJ) haya amparado provisionalmente a la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) al suspender de momento el bachillerato en Ciencias y Letras con Orientación en Educación, es una victoria. Por otro lado, hay otros actores que ven que esta acción puede tener repercusiones muy negativas que debilitarán la formación inicial de los docentes.
Espero que la decisión final de la CSJ no revierta la decisión. Partamos de que dimos un paso importante y que más allá de retroceder en lo avanzado, que es llevar la formación de los docentes a nivel universitario, es un momento propicio para promover una discusión sobre qué tipo de educación necesita el país, y eso definirá qué tipo de formación necesitarán recibir las personas que estén interesadas en ser docentes.
No se vale pretender regresar al modelo viejo que demostró contundentemente que no forma buenos docentes. Necesitamos desarrollar procesos que den como resultado profesores bien preparados, responsables, actualizados, con la suficiente capacidad para responder a los desafíos educativos que se están enfrentando en las aulas, y que puedan brindar una educación de calidad, al menos en las áreas de matemática, comunicación y lenguaje.
Discutamos las opciones de política pública para que el paso que dimos sea el primero de muchos que nos lleven a una formación inicial docente de calidad. Discutamos cómo podemos resolver los problemas y atender las deficiencias que se dieron en la implementación del modelo a nivel universitario, no en tratar de detener el cambio y dar marcha atrás.
Imagine usted que la mayoría de los países latinoamericanos elevaron la formación para sus docentes del nivel primario al universitario en el siglo XX y nosotros estamos, en la segunda década del siglo XXI, en el “debate” de si lo hacemos o no.
Por eso, en medio de la discusión, lo primero que recordé fue la consiga que escuché de los maestros que vitoreaban al gobierno de Portillo y pensé en un momento, aunque ellos se referían a no dar marcha atrás en sus condiciones laborales, por qué no aplicamos ese mismo espíritu en las políticas de formación inicial docente: ¡Ni un paso atrás! ¿Qué opina usted?