Terminó la época lluviosa. Eventualmente cae una ligera brisa, pero nada más. Los aguaceros acabaron. Ahora podemos observar atardeceres que nos llenan el alma. Aunque habrá ciertos días que estarán nublados, también disfrutaremos de otros que se caracterizarán por el típico viento frío del norte, cielos despejados y montañas verdes gracias al invierno que se fue. Estamos iniciando una de las temporadas más bonitas del año. No es que el verano o los meses de lluvia carezcan de encanto. Lo que sucede es que vivimos en un país que posee una diversidad natural inigualable. A donde vayamos encontraremos volcanes, selvas, montañas, lagos, ríos y paisajes espectaculares, que luego del invierno lucirán esplendorosos. No en vano el nombre de nuestro país significa “el lugar de los árboles”.
Por un lado, veo el frenesí de la gente que se alborota por gastar lo que no tiene comprando cosas que no necesita para impresionar a gente a la que no le importa. Es parte del sistema en el que vivimos. Así funciona. No me vayan a malinterpretar. No tengo nada en contra del libre comercio. De hecho, los negocios generan oportunidades de trabajo. Mi punto es que muchas veces nosotros mismos nos ponemos el lazo al cuello porque hemos tergiversado el concepto de obsequiar presentes en las fiestas de fin de año. Erróneamente creemos que demostrarle amor a alguien es sinónimo de topar las tarjetas, matarnos el aguinaldo o sacar préstamos innecesarios.
Hay tantas cosas que están al alcance de nuestros sentidos y que son gratis. No cuestan dinero. El aroma a bosque, los atardeceres pintados de celajes anaranjados, el canto de las aves, las caricias del viento en nuestros rostros o el murmullo de un río son algunos de los obsequios que nuestra tierra nos da.
Veamos más allá de lo comercial. Hay tantas maravillas que Guatemala nos regala. Aprendamos a apreciarlas y enseñemos a los patojitos a disfrutar de la naturaleza. Así que, mínimo, le encargo se tome algunos minutos del día para contemplar la maravilla de país en el que vivimos. Y por favor, no se enjarane endeudándose hasta el copete.