Los cristianos de todas las denominaciones en el mundo entero celebramos cada año el 24 y el 25 de diciembre, el día y la fiesta cristiana de Navidad, que recuerda el nacimiento glorioso de Nuestro Salvador y Mesías, Jesús de Nazaret, hijo de Dios y María Santísima.
La escena de Belén, las pastorelas, los nacimientos, las posadas, el olor a musgo y a manzanilla de la Navidad guatemalteca son las imágenes que desde la infancia recordamos y atesoramos como lo más sagrado: Celebrar en familia con regalos y una cena que nos ha nacido un Salvador y que no importa la dureza del corazón del hombre, nuestra soberbia, nuestro orgullo o nuestros pecados, Dios, nuestro Señor, nos salva, nos redime y nos perdona, y que ese pequeño niño que nació en Belén y murió en la cruz en Getsemaní en Jerusalén, por el perdón de nuestros pecados y la salvación del mundo, es el cordero de Dios que nos libera de nuestra angustia por la fuerza de la fe, nos libera de nuestras penas y nuestras carencias y al creer en Él, al leer Su Palabra, al tener un corazón humilde, que con obras y propósito de enmienda acepta a ese niño Dios en nuestro corazón, como nuestro redentor y salvador, tocamos al Altísimo y vivimos su amor, su consuelo y su salvación.
Los hombres somos muy complejos: Somos ególatras, creemos poderlo todo, hacerlo todo, no necesitar nada ni a nadie para conquistar este mundo enorme y vamos por la vida ufanos y confiados ¡de nosotros mismos! ¡Nos creemos por derecho los dueños del mundo entero y sus confines! El hombre en su soberbia y arrogancia olvida esa humildad que el Hijo de Dios demostró desde su humilde nacimiento en un pesebre entre pastores y animales de granja hace ¡ya más de dos mil años!
Esa creencia fundamental, esa fe en algo más grande que nosotros mismos, ese cristianismo caritativo, ético y moral que nos enseña a amar al prójimo, a perdonar, a valorar la Sagrada Familia, a tratar al otro como a nuestro hermano, a seguir los sagrados Diez Mandamientos, todo ello y mucho más es la base de nuestra civilización occidental judeocristiana.
Y al ver yo con mis hijos pequeños en una venta de una humilde señora indígena, amable y comerciante sagaz, la belleza de un nacimiento de barro cocido, hecho por las manos expertas de un artista artesano que con una delicadeza inmensa reproduce la escena de Navidad con José, María y el niño Dios, con los Reyes Magos, el buey, la mula, los pastores y las ovejas en una miniatura de figurines de barro de una belleza y humildad sublime, recuerdo que ahí, en esa escena de la familia unida, en paz, con humildad, están nuestras creencias fundamentales, en el frío de la noche de diciembre con chocolate y un tamal, en el abrazo fuerte y sentido de la familia, allí en los trazos delicados del artesano de manos expertas, allí reside el símbolo de nuestra fortaleza y paz: ¡La paz del amor de la familia!
¡Feliz Navidad a todos! ¡¡¡Dios nos bendiga a todos y que Dios salve a Guatemala!!!