En uno de sus discursos cuando buscaba la nominación demócrata en 1968, Robert Kennedy dijo a una multitud que, más que por aquellos que lo escuchaban en ese preciso momento, él hacía política pensando en sus hijos y sus nietos. Que eso era lo realmente importante de su visión, si llegaba a postularse para presidente.
Hoy, conversando con dos ex funcionarios a quienes respeto, la idea volvió a surgir con un enfoque similar y categórico. Lizardo Sosa y Arabella Castro coinciden en ello: Es primordial y urgente que los actuales diputados se acuerden de su descendencia a la hora de sus actos. Que piensen en las futuras generaciones cuando actúen y ejerzan. Y eso no solo es válido para los congresistas. También lo es para el presidente y sus ministros. Y para los magistrados y los jueces. Para todos, en realidad.
Alguien me dirá que muchos de los que han llegado a los grandes puestos en Guatemala sí que se han preocupado por sus hijos y por sus nietos, pero en la versión de saquear las arcas nacionales o aceptando cuantiosos sobornos en detrimento de las mayorías. Y vaya que lo han hecho por décadas. Sin vergüenza. Y hasta hace poco, con impunidad. Según ellos, para asegurar a sus parentelas venideras con los millones robados. Hablo de ese cortoplacismo criminal que nos ha carcomido los modales de la honestidad hasta volverlos cínicos y vulgares.
Frases como "la vergüenza pasa y la plata queda en casa" inspiran buena parte de esos aberrantes comportamientos. Sobran los corruptos. Y en ese contexto me parece oportuno recordar palabras sabias como estas: "Solo después de que el último árbol haya sido cortado. Solo después de que el último río haya sido envenenado. Solo después de que el último pez haya sido aniquilado. Solo entonces descubriremos que el dinero no se puede comer".
El obvio sentido ecologista no riñe con el concepto básico de la política. Es muy mediocre no sembrar futuro, cuando uno dispone de la oportunidad para hacerlo. Despiadadamente inhumano. Lo que no hagamos hoy lo pagaremos mañana. Y mucho más caro. He aquí un ejemplo: ¿Por qué los diputados, en vez de perder tanto tiempo y energía en asuntos secundarios y mezquinos, no se ocupan de leyes preventivas y técnicas para contribuir con la estabilidad? El superintendente de bancos, José Alejandro Arévalo, en cuya voz confío plenamente, lleva años solicitándole al Congreso algunas reformas a la Ley de Bancos y Grupos Financieros, para así hacer viable el rescate de aquellas entidades bancarias cuando atraviesen por dificultades recuperables, y de ese modo salvarlas antes de que causen una debacle financiera.
No se trata, de acuerdo con lo que el Superintendente afirma, de una normativa para proteger a los banqueros. Todo lo contrario. Pero, a la hora de cualquier eventualidad, serviría para evitar catástrofes. Como esa ley, muchas. Y como ese caso, incontables. Estancadas en los pasillos del Organismo Legislativo abundan las iniciativas que podrían abrir caminos para la concordia y "suavizarnos los instantes", usando la imagen del poeta salvadoreño Alberto Masferrer.
Yo salgo a trabajar todos los días pensando en mi hija. En mis sobrinos. En los nietos que algún día alegrarán mi vejez. No es necesario inscribirse en un partido para participar en política. Basta con interesarse en la historia cotidiana y actuar en consecuencia. Uno puede hacer mucho con solo informarse por medio de fuentes pertinentes. Ideal si ello nos conduce a una incidencia más directa como la que puede alcanzarse desde lo público. Pero lo esencial, lo verdaderamente clave, radica en no ser apáticos. Y también en no permitir ser engañados con facilidad.
El presente se comprende mejor cuando se investiga lo que aconteció antes. Únicamente así nos empapamos del agua real del criterio. Todos hablamos alguna vez, o muchas, a partir de lo que "oímos por ahí". Y eso es peligroso. Un querido amigo me aseguró el pasado fin de semana que el presidente Jimmy Morales había cambiado a su conveniencia la agenda del vice estadounidense Mike Pence, lo cual obviamente no es cierto. Pero mi amigo se dejó influir por una opinión que oyó en la radio. Una opinión que, de más está decirlo, buscaba confundir con el evidente interés de favorecer su causa, no la verdad.
Es moralmente impostergable que combatamos y erradiquemos el cortoplacismo criminal. A los políticos y a la ciudadanía nos toca, como lo sugería Robert Kennedy meses antes de que lo asesinaran, mejorar este mundo. No tanto por nosotros, como por nuestros hijos y nuestros nietos.