Opinión

Una difícil transición

En estos días estuve compartiendo en varios espacios reflexiones sobre el proceso electoral y los múltiples desafíos que enfrentaremos. La elección está a la vuelta de la esquina y las dudas, conforme se acerca la convocatoria, se incrementan. Será una elección en la que se implementarán las reformas electorales aprobadas en 2016 y es normal que en esta fase los actores estén interesados en saber y conocer cómo funcionará el sistema.

Esta situación se percibe para el nuevo régimen de control y fiscalización de los partidos políticos, con el régimen de medios de comunicación, con la inscripción de candidatos, el voto en el extranjero, y una serie de elementos que los veremos puestos en escena por primera vez el próximo año: Un proceso electoral novedoso que entra en un clima de agitación política.

La coyuntura política, la desconfianza y la incertidumbre marcan la tendencia en los análisis. No me extraña que los diversos actores estén con dudas. Es natural porque estamos en un momento de transición. Ya dejamos atrás la normativa vieja, pero aún no hemos implementado plenamente la nueva. Estamos como en el limbo. Conocemos dónde está el destino, pero vamos en camino. No hemos llegado. Esta situación afecta la percepción que muchos actores tienen sobre el TSE y el proceso electoral. En algunos de ellos prima el escepticismo, en otros la esperanza, en unos cuantos la apatía, no digamos aquellos que están dominados por la indiferencia.

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Como sociedad debemos aprender o incorporar elementos que permitan contemplar los cambios como procesos y transiciones. Los cambios no se dan de la noche a la mañana. En el caso de las reformas electorales se necesita que la institucionalidad se adapte a las nuevas circunstancias y condiciones; esto también lo tendrán que hacer los actores políticos partidarios, los ciudadanos, las organizaciones, etcétera. Entiendo perfectamente la ansiedad y los deseos de muchos porque los cambios se den de manera rápida y efectiva, pero en la realidad eso no sucede así, menos en contextos de institucionalidad tan frágil como la guatemalteca.

Estas condiciones nos plantean un escenario en donde muchos tendrán expectativas y estas, por naturaleza, probablemente no se concretarán. Manejar las expectativas y aceptar que la institucionalidad necesita un tiempo para adaptarse a las nuevas condiciones no implica tomar una posición conformista, ni mucho menos derrotista, menos fatalista. Al contrario, es aprovechar las oportunidades que brindará el próximo proceso electoral para buscar los objetivos que motivaron la reforma electoral, y en ese marco evaluar las cosas que se hicieron bien y sacar lecciones aprendidas de las cosas que no salieron tan bien, identificando aspectos que ayuden a mejorar el sistema.

Las reformas de 2016 están inspiradas en la búsqueda de un sistema electoral en donde existan controles eficaces y eficientes para fiscalizar el financiamiento a los partidos políticos, buscando cerrar espacios a la corrupción y a las perversas prácticas de financiamiento. De igual manera, busca tener un sistema más competitivo en donde los candidatos tengan igualdad de oportunidades en la pauta publicitaria, evitando la alta concentración y los compromisos en los que caían los partidos con los dueños de los medios de comunicación. No olvidemos la implementación del nuevo régimen sancionatorio que busca controlar y sancionar a los partidos que incumplan con la normativa electoral, dejando atrás la pasividad que nos tenía acostumbrados el TSE. El voto en el extranjero y otras medidas pintarán de una manera muy peculiar las elecciones 2019.

La apatía y el sentimiento de que las cosas siguen igual y que nada ha cambiado no deben nublarnos la visión y ver que la construcción de un sistema electoral y de partidos políticos más democrático, competitivo, representativo y legítimo es un proceso de construcción continua, que no terminará en 2019, que podemos aprovechar el próximo año para dar dos pasos adelante, y luego seguir con la tarea. Que no nos gane la ansiedad, el escepticismo ni la decepción. Al contrario, que el deseo, la esperanza y la confianza en nosotros mismos sean el motor de cambio. ¿Qué opina usted?

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