Opinión

¿Reconciliación por arte de magia?

No puede haber concordia por decreto. Mucho menos cuando lo que pretende pactarse, en función de un supuesto arreglo, tiene como origen un conflicto armado. Eso lo saben hasta quienes proponen y apoyan las reformas a la Ley de Reconciliación Nacional. Enorme es el ridículo que hacemos en el mundo por semejante propuesta. Me basta con el titular que le dio “El País” a la noticia: “Guatemala promueve una amnistía para delitos de lesa humanidad”. Más claro, imposible. Tanto, que termina causándole daño incluso a aquellos a los que busca favorecer.  Y sobre todo, a sus aliados. No es broma lo que el Departamento de Estado hizo saber por medio de un comunicado. Es decir, que muestra su “profunda preocupación” por esta iniciativa. Lo cual confirma que la preocupación en Washington por los desaguisados del partido oficial y sus principales dirigentes, tanto en el Ejecutivo como en el Congreso, va en aumento.

He oído declaraciones desafortunadas alrededor de este tema. Discrepo plenamente con lo dicho por el diputado Fernando Linares Beltranena, en cuanto a que “el verdadero genocidio en Guatemala ha sido judicial”. Ello, al referirse al hecho de que unos 70 militares estén presos por delitos cometidos durante la guerra. Si nos enfocamos en eso, los verdaderos actos atroces se dieron en aquellos nefastos años por medio de las masacres. Esas mismas masacres que nuestra sociedad jamás ha asumido como tales. Esas abominables masacres que se niegan o se ignoran bajo el argumento de que “los dos lados cometieron barbaridades”, sin que ello traiga consigo una revisión seria de los hechos, para así darle un respiro al debate, así como alguna esperanza de paz a las futuras generaciones.

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Es cierto: También la guerrilla se excedió. No lo niego ni lo minimizo. Lo que duele y ofende es que sigamos en este punto de suma cero, empeñados en vetar la historia o en encajarla, a como dé lugar, en nuestras obsesiones con datos a la medida. No será así como encontremos un perdón y un olvido. Más efectivo sería revelar la información de dónde están los 40 mil desaparecidos. Lograr que esas familias cierren su duelo. Eso sí bajaría tensiones y daría margen a un acercamiento. También sería útil entender que no es posible judicializar todos los casos. Pero mientras sigamos atizando fuegos que dejaron horrendos rastros de sangre, lo único que lograremos será mantener vigente la artillería de odios que hace de nuestra salud mental una aberración de obstinaciones patológicas.

No creo que a quienes impulsan estas reformas les importen realmente los militares que guardan prisión. El vínculo con este accionar legislativo está mucho más ligado con el presente. Ese presente al que le urge detener las investigaciones del Ministerio Público y desacreditar los pasos caminados en los últimos años.

Con excesiva impunidad, ningún país prospera. De eso están conscientes tanto los expertos en competitividad como los activistas de derechos humanos. Tampoco prospera ningún país si los discursos radicales dominan la conversación política.

Escuché el conmovedor relato de un académico sobre cómo los jóvenes en la Alemania de los 60 cuestionaron a sus padres por su participación en la Segunda Guerra Mundial. Lo hicieron para sanar heridas, no para señalarlos. Querían saber la verdad.  E increíble como se lee, no todos los nazis fueron un calco de Hitler. Hubo de todo ahí; hasta piadosos. Pero negar el Holocausto no se puede. Como tampoco es posible negar las atrocidades que ocurrieron aquí. De los dos lados. De ambas partes. De los rojos y de los verdes. Cada quien con su cuota de responsabilidad en esa barbarie.

En vez de propiciar el ridículo mundial que hacemos con estas propuestas que avanzan con tanta celeridad en el Congreso, los diputados deberían preocuparse por gestionar leyes que de verdad sirvan para algo. Escribo esto, incluso en una sociedad que sale a protestar masivamente a las calles para proteger la vida de los niños no nacidos, pero que guarda silencio y ve hacia otro lado cuando el tema es la desnutrición crónica infantil.

No es aceptable proclamar que puede lograrse la concordia nacional por decreto. Es mentira que, si se aprueban las reformas que pretenden amnistía para delitos de lesa humanidad, aquí mejorará la economía como por arte de magia y que además nos amaremos los unos a los otros. Eso lo saben hasta quienes proponen y apoyan las reformas a la Ley de Reconciliación Nacional.

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