Me parece sumamente sano que el papa Francisco haya decidido abrir los archivos secretos del pontificado de Pío XII para así determinar si su proceder durante la Segunda Guerra Mundial es reprochable, o si de verdad hizo lo humanamente posible para no ser cómplice por omisión en medio de semejante barbarie. Eugenio Pacelli era el nombre de aquel papa que entre 1939 y 1958 ejerció como líder del Vaticano, y a quien muchos le achacan no haber enfrentado al nazismo con suficiente coraje. Hay acérrimos detractores de su actuar, así como defensores que le reconocen gestos por salvar vidas. Todo ello podrá verificarse a partir de 2020, cuando los documentos salgan a luz de manera completa. En una nota del diario “El País” hay una cita de Francisco en la que dice que “la Iglesia no tiene miedo a la historia”, sino que “la ama”.
Y tal afirmación es particularmente esperanzadora en un momento en el que muchos líderes deciden ignorar las enseñanzas del pasado, con la maligna intención de repetir horrores a su conveniencia. Pero no es lo único que el santo padre declaró al respecto. Aquí va el otro fragmento: “Asumo esta decisión después de escuchar la opinión de mis colaboradores más cercanos, con una mente tranquila y confiada, segura de que la investigación histórica seria y objetiva podrá evaluar en su luz correcta con la crítica apropiada, momentos de exaltación de ese pontífice y, sin duda, también momentos de serias dificultades, de decisiones atormentadas, de prudencia humana y cristiana”.
Algo similar nos falta hacer aquí. Y no lo digo solamente por el análisis histórico, tan necesario en un país como el nuestro, sino también a la hora de juzgar a la humanidad contigua y cotidiana. A quienes conviven a diario con nosotros. A la familia. A los compañeros de trabajo. Que se entienda bien: No pretendo justificar los atropellos o las fallas de la gente en aras de una falsa comprensión que no lleve a nada. Solo sugiero que, por lacerante y vergonzoso que sea admitir decisiones erradas o hasta crueles, se haga con la transparencia que corresponde.
También considero acertada la decisión del papa Francisco de no ver hacia otro lado en cuanto al viejo problema de la pederastia en la Iglesia. Aplaudo que lo haga ventilándolo y promoviendo sanciones, en vez de ocultándolo o intentando defender lo indefendible. No es únicamente entre sacerdotes católicos que se dan estos abusos. Todas las religiones abundan en relatos terribles relacionados con vejámenes así. A los que se suman aquellos vinculados con el más despreciable tráfico de influencias, o el tan socorrido lavado de dinero “y otros activos”.
En un ambiente como el de Guatemala, donde las buenas costumbres predicadas desde el podio o desde las frases hechas suelen contrastar enormidades con las ejecutorias privadas, va siendo tiempo ya de que nos asumamos como lo que realmente somos, es decir, un país en el que la cuádruple moral campea. Nadie se salva de eso. La única diferencia radica en los niveles que se alcancen en el resbalón ético. El colmo es que “naturalicemos” la corrupción y el acto delictivo.
La semana pasada, un integrante de la CICIG le hizo un tremendo daño a la Comisión cuando un condenado a más de 800 años de cárcel reveló, con pruebas en mano, que ese investigador había sostenido una relación amorosa con una colaboradora eficaz. Es innegable que su error fue descomunal. Y bien haría la CICIG si, además de aceptarle la renuncia, llegara hasta las últimas consecuencias determinando lo ocurrido y haciéndolo público inmediatamente. Asimismo, bien harían casi todos los partidos si rechazaran las candidaturas de algunos de sus aspirantes que, a todas luces, son miembros del hampa organizada.
Pero en los listados de inscripción del Tribunal Supremo Electoral eso no va a pasar. En el gremio político, como en otros, el cuero es de danta. “El Taquero” es ese condenado a más de 800 años de cárcel que dispone de “información privilegiada de inteligencia”, lo cual, a algunos les parece “normal”, mientras otros lo consideran inconcebible. Él ha dicho que tiene en su poder varios videos que podrían comprometer al gabinete de gobierno en pleno. Y aunque todo hace pensar que él juega del lado de ellos, si esos videos fueran reales y llegaran a conocerse, ¿habría, acaso, alguna renuncia en el Ejecutivo? ¿Veríamos destituciones?
Mi opinión es que no. Antes de que algo así sucediera, primero resucita Pío XII.