Una sociedad civilizada, donde se puede prosperar ampliamente y las bendiciones materiales se multiplican rápidamente para la mayor cantidad de ciudadanos posible, solo se puede dar donde existe el Estado de derecho, una civilización que respete a la familia y a las personas mayores y a sus ancianos, donde se respete la autoridad y la autoridad se dé a respetar, donde exista una o varias religiones o visiones del mundo (en estricto respeto a la libertad de culto de rango constitucional) que le provean a la población y en especial al individuo algo más grande que su propio ego para adorar, y fundamentalmente instituciones que defiendan la vida humana desde su concepción, la propiedad privada, el sistema ético y cultural al que llamamos libre mercado, y por sobre todo la libertad individual.
Estos presupuestos son los que nos permiten prosperar y tener una vida en sociedad tolerable y hasta deseable entre los seres humanos. Esta es la sociedad occidental judeocristiana, que se creó desde los tiempos grecorromanos primero y luego con el devenir histórico del cristianismo y la conquista por la fe de Roma y el Imperio Romano de Occidente y el de Oriente, se esparció por toda Europa primero y al resto del mundo después. Eso, por supuesto, no quiere decir que solo en una civilización judeocristiana se puede dar este sistema de prosperidad material y espiritual, de ninguna manera, pues en países de costumbres y visiones de mundo distintas como la India, China, Japón, los países del golfo Pérsico, Singapur, Corea del Sur, Indonesia, etc., donde hay otras visiones del mundo y de la fe o la creencia religiosa o espiritual, pero donde se respetan básicamente los mismos valores judeocristianos: propiedad privada, familia, la santidad de la vida, el libre mercado, y se busca establecer un Estado de derecho, es obvio que allí también hay una gran prosperidad material y espiritual, y la libertad humana prospera y se expande con fuerza.
De hecho, no ha habido un mejor momento de prosperidad material y expansión del libre comercio y el capitalismo y esos valores judeocristianos, que de ninguna manera son exclusivos del occidente, que ahora, donde quiera que la mayoría o la mejor parte de estos valores se respetan y se implementan, la prosperidad de los pueblos es la consecuencia sociopolítica.
En Guatemala, desde nuestro nacimiento a la independencia en 1821 y desde nuestro nacimiento republicano en 1847, hemos luchado por un Estado de derecho verdadero, por limitar el poder abusivo del Estado, manifestado en su más horrible expresión en las dictaduras (Estrada Cabrera) o en la tiranía del partido único bajo la égida terrorista del EGP, por ejemplo, en los años ochenta en el norte de Quiché, cuando masacraban indígenas para llevarlos a su grupo terrorista por la fuerza y con asesinatos, miedo y represión, exactamente igual como lo hacía en una escala nacional Estrada Cabrera, con su nefasta policía política y el asesinato y exilio sistemático de opositores políticos y enemigos (reales o imaginarios) del tirano.
Síntomas de esa tiranía corrupta que viene de los peores impulsos del ser humano y de la arrogancia en el ejercicio del poder, lamentablemente, hoy se manifiestan en algunos tribunales de justicia y fiscalías de la República. Hemos, por 11 años (pero ya no más, ¡gracias a Dios!), tenido que soportar la tiranía corrupta de la CICIG, las ONG de extrema izquierda que la apoyan ciega y fanáticamente, y las embajadas (para su vergüenza) que financiaron dicho adefesio inconstitucional.
Hasta que no expulsemos todo el dinero de extranjeros en la política nacional, hasta que no retiremos del país por apología del delito de aborto y el intento de asesinato de niños aún no nacidos, a todas las ONG que lo promueven ilegal e inconstitucionalmente, hasta que no hagamos que la ley y el orden impere en toda la República, y ni los narcos, ni los linchamientos, ni los políticos corruptos ni sus financistas, ni los mercantilistas ni sus leyes de privilegios especiales que rompen la igualdad ante la ley y el ideal constitucional de la economía de libre mercado, hasta que no hayamos derrotado esas fuerzas nefastas de la política interna y la grosera y abusiva intervención extranjera en Guatemala, solo entonces podremos decir que hemos logrado un Estado de derecho real, una libertad individual verdadera y una economía de libre mercado, abierta en expansión y que sea atractiva al empresario nacional e internacional que quiera cumplir con la Ley y competir en igualdad ante la Ley.