Opinión

¿Qué le debemos al Ejército? Segunda parte

En Guatemala, más del 80% de la población respalda al ejército y es por ello que esas microminorías de exguerrilleros y de apologistas y defensores de la guerrilla solo se ganan el desprecio de la gran mayoría de la población al querer denigrar, generalizar en contra y demeritar a la institución del ejército.

La institución armada es y ha sido una institución baluarte de la República. Los soldados todos los días trabajan por el país, rescatan personas de desastres naturales, reparan caminos, cuidan y previenen la delincuencia en patrullajes diarios en zonas rojas como Villa Nueva, San Juan Sacatepéquez, Mixco y muchos otros municipios más, incluyendo zonas de alto riesgo en la capital, y las fronteras asediadas por el narcotráfico internacional por aire, tierra y mar. Los soldados apoyan en forma rápida y disciplinada en todo el país a la población en emergencias nacionales desde explosiones volcánicas, deslaves, crecientes de ríos, terremotos, inundaciones, huracanes y hasta seguridad perimetral de presidios debido a la crisis permanente de esa institución.

Pero la que seguramente es la deuda más grande es la libertad, el respeto a la propiedad privada y el orden constitucional vigente. Ese orden constitucional y los más de 30 años de democracia electoral transparente se deben en gran medida a que el ejército, que detentó por muchos años del siglo XX el poder político, lo cedió al mundo civil y ciudadano ya hace más tres décadas y solo ha intervenido, como en el caso del golpe de Estado inconstitucional del expresidente Serrano, para apoyar a la Corte de Constitucionalidad y al cuerpo político para regresar lo más rápido posible al orden constitucional.

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“La institución armada es y ha sido una institución baluarte de la República”.

Fue el ejército, con una oficialidad y soldados y patrulleros civiles, altamente profesionales y con mística de combate, espíritu de cuerpo y valentía, el que derrotó a una guerrilla asesina y secuestradora que agredió sistemáticamente a la población civil en casi todo el territorio nacional por más de tres décadas.

Fueron los soldados los que rescataron a la población civil de las garras de organizaciones criminales guerrilleras, como el EGP, que, en forma cobarde, fueron a las áreas más apartadas y pobres del país para intentar levantar una guerrilla campesina y fracasaron totalmente, pues la estrategia contrainsurgente de asuntos civiles del ejército fue superior.

Los delincuentes terroristas de las guerrillas trataron de ideologizar e instrumentalizar a la población indígena y fue la contrainsurgencia de asuntos civiles del ejército la que rescató a esa enorme masa de población ixil (en el triángulo ixil, entre Nebaj, Cotzal y Chajul, en el norte de Quiché, donde el EGP masacraba a la población civil), quiché, cakchiquel, achí, mam y queqchí en todo el territorio nacional, atacando a la guerrilla y desbaratando a las FIL guerrilleras y creando polos de desarrollo, aldeas modelo y apoyo agropecuario y de cooperativas a esas poblaciones civiles, secuestradas por las guerrillas.

Fueron los soldados, los patrulleros civiles, los oficiales, los kaibiles y los pilotos de la Fuerza Aérea que junto con los pilotos civiles voluntarios (la patrulla aérea civil de patriotas guatemaltecos que arriesgaron la vida junto con los pilotos militares) eran los que sacaban las cosechas y a los heridos y refugiados de las poblaciones indígenas del Ixcán a los mercados de Santa Cruz del Quiché y Cobán, haciendo por años un puente aéreo desde las remotas áreas del norte del Quiché, donde pocos o ningún camino existía en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX.

Sacaron a los mercados las cosechas de granos básicos de esos cientos y miles de campesinos agredidos y secuestrados por las guerrillas del EGP, ORPA, PGT y FAR en el interior del país y que vieron en el ejército una línea de salvamento de unas guerrillas que les robaban sus cosechas, los asesinaban a ellos y a sus autoridades tradicionales, y los utilizaban como carne de cañón de una guerra de guerrillas fracasada y que intentó vietnamizar todo el norte del Quiché, afectando, asesinando y dañando severamente a una población civil indígena que jamás pidió que desde México se instalaran guerrillas asesinas entre ellos que destruyeron sus comunidades, involucrándolas en una guerra de la cual el ejército las rescató y en la cual la misma población civil organizada en patrullas de autodefensa civil (PAC) con cientos de miles de miembros, indígenas en su gran mayoría.

Ganarle a la guerrilla esta guerra civil a nivel nacional les costó a los soldados y al ejército más de 4,500 oficiales, soldados, kaibiles, especialistas y patrulleros civiles muertos en combate y muchas veces hasta torturados por la guerrilla; y más de 2,000 soldados mutilados y lisiados, por la patria y su libertad. Y también cientos de discapacitados y miles de hijos huérfanos, viudas y miles de padres y madres que perdieron a sus hijos por luchar por la patria.

Es por ello que más del 80% de la población respalda al ejército y es por ello que esas microminorías de exguerrilleros y de apologistas y defensores de la guerrilla solo se ganan el desprecio de la gran mayoría de la población al querer denigrar, generalizar en contra y demeritar a la institución del ejército.

Hoy, que el presidente constitucional de la República dio la orden el recién pasado 30 de junio de 2019 de regresar el desfile público del ejército a las calles y avenidas de la gran ciudad de Guatemala, yo también saludo al ejército por su lucha y su sacrificio por nuestra libertad y la defensa de la Constitución y la libertad de la República. Hoy los necesitamos y los reconocemos más que nunca. ¡Dios salve a la República y al Ejército de Guatemala!

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