Opinión

La gota

¿Cuál será la gota que rebalse nuestro vaso? Nadie lo sabe. Solo intuimos que podría estar cerca. Algunos siguen convencidos de que la plaza ya no se reactivará nunca; apuestan al desánimo y a la apatía que nos ha marcado como sociedad. Otros temen que sí se articulará una protesta, pero diferente a la de 2015. Y por eso les cuesta conciliar el sueño. Saben, en el fondo, que un río desbordado es incontrolable, incluso haciendo un uso desmedido de la fuerza. Hasta lo ocurrido en Chile la semana pasada, muchos estaban confiados en que el movimiento ciudadano habia sido liquidado. Son de memoria corta. En septiembre de 2017, el descaro y el cinismo reunidos en el Congreso levantaron la indignación popular. Hace apenas dos años de eso. Y lo que ha sucedido desde entonces ha ido aumentando el rechazo contra los políticos y las élites. De ello parecen no estar al tanto quienes dicen llevar las riendas del país.

La agitación se percibe de la peor y más perniciosa manera. Es decir, con el taimado sigilo del agua que va acumulándose y que se prepara para desafiar, sin previo aviso, al indolente dique que ha ejercido, por décadas, la más sorda y ciega de las insensibilidades No es aconsejable fiarse de estas condiciones de sosiego artificial. Y menos que nadie, el presidente electo, Alejandro Giammattei. Él tendría que estar muy alerta porque, si se descuida, podría cosechar muy pronto en su administración las tormentas sembradas por la desfachatez y la incompetencia de este gobierno. Lo que el doctor va a heredar no será un lecho de rosas. Especialmente si no maneja con suficiente pericia el pantanoso sendero de estos meses que quedan hasta la toma de posesión. Los pactos bajo la mesa en la hechura del presupuesto son un peligro inminente. También las necedades y la prepotencia de los grupos de poder que padecen de indiferencia crónica. No descarto, además, que de aquí a enero se aprueben leyes de oprobio en la 9a. avenida ni que se multipliquen los bochornos y los desmanes desde la Casa Presidencial. Y todo eso va llenando el vaso. Y también lo va encolerizando.

“En Guatemala urgen reformas que den un respiro a la población. Las reformas básicas. Como las  de la Justicia, para citar un caso”.

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En Chile pocos vieron venir el descalabro. Había sido una de las tres democracias más estables en Latinoamérica; asimismo, la notoriamente exitosa en materia económica. Pero, detrás de su aparente solvencia, había un descontento gestándose. E igual sucumbió frente a la irritación causada por una dirigencia que no respondió a las aspiraciones de un sector significativo de la gente y que no supo prever las consecuencias de una medida aventurada. El divorcio entre el acomodo político y la calle. La fatiga lacerante de un sistema que prometió mucho y que cumplió menos de lo esperado. Y si eso pasa allá, ¿qué puede esperarnos a nosotros con liderazgos de tan baja calaña e instituciones siempre al borde del precipicio?

Aunque todo se explica por medio de la historia, me cuesta entender la miopía patológica de los grupos que se autoproclaman “salvadores de la Patria”. ¿Cómo pueden no darse cuenta de los riesgos a los que exponen al país al no ceder una mínima parte de sus enormes privilegios? La región es un hervidero de conflictos. Sumados a Chile, ahí están los ejemplos de Honduras, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia, Perú e incluso México y Colombia. Hasta los mismos Estados Unidos, por los despropósitos de su presidente, encajan en el modelo tan diseminado de las inestabilidades actuales. Por cierto, varios de esos países se encuentran en situaciones menos tensas que nosotros. Aquí y allá, la gente está harta. Agobiada. Molesta. Y la ira cunde por el continente. La ira contagiosa y posiblemente apuntalada desde afuera.

En Guatemala urgen reformas que den un respiro a la población. Las reformas básicas. Como las de la Justicia, para citar un caso. La gente no aceptará por mucho tiempo más que por las oficinas del Estado solo pasen ladrones e ineptos, y que únicamente les sirvan a sus cómplices de siempre. ¿A qué distancia estamos de lo peor de cada uno de los países antes mencionados? O dicho de un modo más directo: ¿Cuál será la gota que rebalse nuestro vaso? ¿Estará cerca? ¿Podremos evitarla? Esta lluvia pertinaz e intensa que oigo mientras escribo no logra disimular el sigilo del agua que va acumulándose y que se prepara para desafiar, sin previo aviso, al indolente dique que ha ejercido, por décadas, la más sorda y ciega de las insensibilidades.

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