Escribo mientras escucho la conferencia de prensa de ayer por la tarde. La información es consistente y comunicada con efectividad. Tanto la ministra de Salud, Amelia Flores, como el titular de la Coprecovid, Edwin Asturias, se oyen seguros de lo que dicen. No evaden preguntas. No contestan con palabrería burdamente técnica. Van a lo que van. Y parecen claros en lo que están haciendo y en lo que esperan lograr. No juegan a vigilantes pasivos que temen dar el paso.
Contrario a ello, se ven dispuestos a asumir el riesgo en función de la gente. Ya hacía falta esta firmeza a la hora de transmitir un mensaje a la población. Sobre todo de las autoridades que coordinan la respuesta del Estado frente a la pandemia. No es gracioso que hablemos de 915 contagios tras practicar 2,374 pruebas. Es obvio que el Covid-19 nos ataca con furia y que lo peor aún está por llegar. De ahí la buena noticia de que haya resultado tan sólida la comparecencia frente a la prensa de los dos funcionarios a cargo de este descomunal desafío. No es un flan lo que tienen por delante. Y su actitud de transparencia sugiere que harán lo humanamente a su alcance para guiarnos hacia la salida del más intrincado laberinto jamás ocurrido en la historia sanitaria y económica de Guatemala.
Mucho tendrían que aprender de ellos los diputados que, lejos de contribuir con aliviar las angustias del pueblo, lo que pretenden es aprovecharse de la distracción colectiva, producto de las múltiples penas que nos acechan. El contraste es evidente. Y del lado de los pillos del Congreso y sus mafias patrocinadoras causa asco. Da la impresión de que los mismos que se sienten cómodos con las cortes pactadas en 2014 son a los que no les importa que nuestro sistema de salud sea tan oprobiosamente precario. Y el empeño hampón y descarado que le imprimen a sus acciones me hace pensar en los inmensos temores que los acoquinan, solo de imaginarse que aquí la justicia funcionara medianamente como debiera. No descarto además que, para algunos, el terror se origine en que Donald Trump pierda las elecciones el próximo noviembre y que ello traiga consigo un apoyo más definido de la Casa Blanca para la lucha contra la impunidad.
Es vergonzoso y ruin que, mientras Guatemala se debate entre la diaria aflicción por los contagios y el creciente desempleo, los operadores de las mafias saquen su lado más ponzoñoso. Por ello, me anima la confianza y el coraje infundidos ayer por la ministra Flores y el doctor Asturias. El liderazgo siempre es fundamental. Pero, especialmente en episodios dramáticos como este. Hoy más que nunca precisamos de voces que nos convoquen a sacar lo mejor de nuestro repertorio. Y esas mismas voces son decisivas para irradiar la esperanza de que en algún momento encontraremos la tan anhelada rendija para atisbar una luz. Esa luz que nos aligere un poco de esta cruel incertidumbre.
No podremos resolver ni asimilar la trágica situación que el coronavirus nos impone si carecemos de algún puerto de referencia al que podamos conducir este barco. Habrá errores en la travesía. Tampoco faltarán los tropiezos. Es parte del reto de encarar, y eventualmente domar, a un virus tan contagioso y tan esquivo. Nos toca como ciudadanos ser consecuentes con el momento y cuidarnos lo más posible.
Sin embargo, librar la batalla sanitaria no puede ni debe ser nuestra única preocupación. Los malos nunca se detienen. Y aquí vuelvo al plano político. Quienes se aferran a sus negocios sucios, a sus jugosas “mordidas”, a sus privilegios mal habidos o a su infame desprecio por el prójimo no dejarán pasar la oportunidad para sacar raja de la desgracia ajena. Y son pérfidamente implacables. Y sucios. Y también cínicos.
La corrupción, despreciable siempre, en las circunstancias actuales es el octavo pecado capital. La de ayer fue una jornada de disparidades. Por un lado, el optimismo que nos proyectan los funcionarios encargados de enfrentar la pandemia. Por el otro, la repugnancia que nos causan quienes maniobran, sin escrúpulos y con desfachatez, por sus sórdidos intereses, aunque con sus bajezas pongan en peligro al país.
Me quedo con los que trabajan por la gente. La vida les devolverá todo lo bueno que hagan. Y lo hará con creces. La maldad, por otra parte, es un bumerán que no perdona. Y es severo en sus venganzas. Dice mi mamá que tanto el cielo como el infierno están aquí. Y al paso que vamos, para algunos ni siquiera habrá purgatorio.