Nadie discute que las medidas de confinamiento tenían que terminar y eso permitir que las actividades económicas, que fueron restringidas se reactivaran, en lo que algunos llaman, la nueva “normalidad”. Lo que si es importante discutir es el momento, la forma y las condiciones en las que se liberan las restricciones y se abren las puertas.
La decisión tomada por el presidente el domingo pasado trata de maquillar la ineficiencia que el Ejecutivo demostró para manejar la crisis. El mensaje que dejó fue de una institucionalidad que renuncia a asumir su responsabilidad y evidencia la incapacidad para actuar en la crisis. Es un: ¡Sálvese quien pueda!
Las medidas de confinamiento tomadas por el presidente al inicio de la pandemia fueron las correctas. El problema se da porque no utilizó el tiempo ni los recursos financieros y políticos que tuvo a su disposición para que la institucionalidad pública generara las condiciones, no digamos ideales ni óptimas, pero sí mejor a las que tenemos en este momento, para regresar a la “normalidad”.
Es decir, la esperanza en marzo era que las políticas y acciones públicas preparan el terreno para que al regresar a la “calle” nos encontráramos con hospitales equipados, con los suministros necesarios para atender la demanda de las personas contagiadas, entre otros aspectos. Este era uno de los principales objetivos al tomar las medidas drásticas de “encierro”. A la vista están los resultados. El sistema evidencia, además del colapso, los viejos y nuevos problemas. No han podido, ni tan siquiera, agilizar y facilitar el salario a los médicos que están en primera línea.
La misma dinámica se reflejó en la implementación de los programas sociales y de apoyo a la economía que tenían el objetivo de ayudar a las personas y empresas a mitigar los daños provocados por las medidas tomadas para contrarrestar la pandemia. Lamentablemente, en esta materia también el desempeño del gobierno sale con una valoración negativa.
Estos dos elementos no son los únicos, pero sí son de los más importantes que el gobierno tenía que cumplir, de la mejor manera posible, para que el regreso a la normalidad se desarrollara en un contexto y con mejores condiciones a las que tenemos en la actualidad.
La situación es más preocupante cuando se analizan los criterios utilizados para construir el tablero del sistema de alerta y las probabilidades que tiene para ser un instrumento efectivo para dar seguimiento a la pandemia y sustentar las eventuales medidas que adoptarán las autoridades. El escenario es desolador dado que el sistema termina siendo un instrumento que generará más dudas que certezas y que podría, en gran medida, alimentar escenarios de crisis e ingobernabilidad, principalmente a nivel local.
Por ello, más allá de cuestionar el “regreso a la normalidad” hay que cuestionar la posición que tomó el gobierno. Renunció en gran medida a su responsabilidad y al papel más activo que debe tener para atender los problemas de la pandemia. Más allá de ese aspecto, enfatiza en que, de ahora en adelante, lo que suceda será responsabilidad individual de cada una de las personas y de si cumplen con las medidas de prevención (mascarilla y distanciamiento social, entre otras).
La responsabilidad es compartida entre el gobierno y las personas. El problema en este momento se da porque una de las partes está renunciando a su responsabilidad y pareciera que nos está dando la espalda, en una suerte de: ¡Sálvese quien pueda! Por ello, en la medida de sus posibilidades y condiciones, no relaje las medidas de precaución. Ojalá el gobierno reflexione y reconsidere algunas decisiones para asumir el papel que tiene que asumir. ¿Qué opina usted?