El tiempo y las dinámicas este año han estado marcadas por la sorpresiva irrupción de la pandemia. Nadie la esperaba. Estamos medio lidiando con ella y no sabemos cuánto más estaremos en esta situación. El Covid-19 está en todos lados. Usted voltea a ver a ver a la derecha, izquierda, arriba, abajo, para adelante o para atrás. No hay escapatoria.
Esta misma dinámica se imprime en la administración pública y el presupuesto que se discutirá en el Congreso no será la excepción. El Ejecutivo entregó en estos días el proyecto que tendrá que ser analizado, revisado y, eventualmente, dependiendo de la capacidad de gestión política del gobierno para conseguir los votos, aprobado.
Al igual que sucede en los casos cotidianos en los que elaboramos presupuestos, por ejemplo, para definir los gastos del hogar, pagar los estudios, o para salir de vacaciones, hay un momento en el que se pone sobre la mesa lo que se quiere hacer y con cuántos recursos se dispone. En otras palabras, establecer prioridades, que en el caso del presupuesto familiar para por identificar qué tipo de productos se van a comprar, en dónde, qué sale más barato o mejor, y, especialmente, qué se necesita.
Ese ejercicio de priorización es el que los actores involucrados en la discusión del presupuesto deben impulsar. Establecer las prioridades de país. Más aún, en las condiciones en las que estamos, se debería constituir en un momento político para buscar acuerdos, entre diversos actores, para definir una ruta, que, además de los problemas públicos que se agudizaron con el Covid-19, busque soluciones a los que venimos arrastrando. La pandemia vino a crear nuevos problemas y a agudizar muchos otros, y eso tiene que estar reflejado en el presupuesto.
No requiere mucha ciencia y arte sentarse a pensar un poco en los problemas y las demandas que tendrá el sistema de salud, que históricamente ha estado en el olvido, pero que, en estas circunstancias, adquirió más importancia en el debate público. La necesidad de fortalecer el sistema de salud pública, que no necesariamente pasa por construir grandes hospitales. Según los conocedores, una de las prioridades es fortalecer la atención primaria. En la región hay países que tienen un robusto sistema en esta dimensión y son los que han tenido mejor capacidad para atender la pandemia.
Sin el ánimo de entrar a profundizar a analizar los diferentes problemas específicos que se enfrentan en las carteras ministeriales, lo importante es tener una visión y perspectiva amplia sobre las prioridades que estableció el gobierno en el presupuesto. ¿A qué le está apostando? ¿Qué hará? ¿Quién lo hará? ¿En dónde lo hará? ¿Por qué se quiere hacer? ¿Eso es lo que necesitamos? ¿Por qué no hacer otra cosa?
De igual manera, es necesario discutir el origen de los recursos, de dónde se obtendrá el dinero para financiar las actividades públicas. La pandemia golpeó significativamente la recaudación fiscal. La Superintendencia de Administración Tributaria (SAT) reporta disminución en los ingresos, derivado del impacto económico de la pandemia. Este aspecto es clave porque tenemos que saber cuánto dinero tenemos en el monedero. No solo es ver “pa’ qué nos alcanza”, sino también qué tipo de deuda vamos a adquirir para financiar el presupuesto.
La discusión de las prioridades en el presupuesto es fundamental para identificar los beneficios sociales que se generarán de las acciones del gobierno. Ojalá aprovechemos el espacio para establecer el presupuesto que necesitamos. No uno que gire en torno a compromisos políticos, menos a intereses de estructuras que viven y se alimentan de la corrupción. Un presupuesto con prioridades claras, que sea ejecutado eficiente y transparentemente, y que llegue a quien y para lo que realmente necesita. ¿Qué opina usted? ¿Qué presupuesto necesitamos?