Fue el viernes 31 de octubre de 1997 cuando recibí una llamada telefónica de mi secretaria. Me decía que mi ginecólogo necesitaba hablarme. Oír esas pocas palabras fue sentir, como cuando supe años antes, el resultado positivo de mi embarazo. Una llamada a la una de la tarde que cambiaría mi vida nuevamente.
Para hacerlo corto, a las cuatro de la tarde de ese mismo día yo recibía en mis brazos a Santiago, mi séptimo hijo, que había nacido nueve días antes, el 22 de octubre. Para quien no me conoce, soy madre soltera por elección. Tuve un primer embarazo de gemelos que perdí antes de los tres meses. Luego, Giancarlo, que trascendió al año 11 meses. Mi tercer embarazo, una bebita de 20 semanas que no logró completar su tiempo, pero su alma eligió darme la oportunidad de sentir lo que es romper fuente y tener un parto normal, aunque no logró sobrevivir. Tuve dos embarazos más que no llegaron a feliz término y, finalmente, el séptimo hijo tan deseado: Santiago.
Como el pediatra me dijo: “Ni vengás antes de las siete de la noche porque tengo la clínica llena”, me fui a mi oficina con Santiago totalmente dormidito. Casi eran las seis de la tarde cuando se despertó con un hambre terrible, tenía una pachita y un bote de leche que me habían dejado cuando me lo dieron. La emoción de felicidad que estaba sintiendo no me daba para hacer la pacha ni para saber qué hacer. Ligia, mi secretaria, me ayudó y llamó a Karina, una secretaria de la oficina que le estaba dando de mamar a su bebé y se ofreció a darle a Santiago de su leche materna. Él, feliz, tomó y tomó hasta decir ya no. Le dio por varias semanas. Mi cuñada Julie, quien acababa de tener a su cuarto hijo, Juan Diego, también le dio por algunos días. Así que logró tener ese alimento magistral por un lado y por el otro. Qué gran oportunidad tuvo y siempre se los agradezco a ambas. En 40 días, todo el trámite legal de adopción había salido.
Más feliz no he podido ser. Santiago es un hijo maravilloso. Deseado. Especial. Desde chiquito, siempre ha demostrado lo decidido que es, de hecho, su madrina, la Monish, le puso “Don No”, porque cuando dice no, es no y punto. Deportista, sano, noble, inteligente, bueno, sencillo y humilde. Siempre le digo que le agradezco que me haya escogido como mamá y solo se me queda viendo y se ríe con esa risita bella que tiene. Como tiene unos ojos enormes y extraordinarios, con unas cejas que muchas las quisieran, bromeo que cuando nació primero salieron esos ojazos y luego salió el resto de su cuerpo y se ríe.
Sin duda, mi propósito con él, en estos 23 años que lleva a mi lado, ha sido enseñarle, con mi ejemplo, a dejar huella con las palabras congruentes con los hechos y que cada quien es responsable de ser feliz, de ser uno mismo y de aprender a amar libremente. Está estudiando psicología clínica y estoy segura de que será un magnífico guía y oyente entre los que lo busquen. Lo amo y le agradezco este gran privilegio de ser mamá a su lado. Gracias, chiquito bello, sos mi cielo.