Opinión

El año del bicentenario

Hay momentos en los cuales se necesita tomar un descanso, respirar profundamente y sentarse a pensar, reflexionar y discutir sobre el rumbo que está tomando el país. Regularmente, este tipo de espacios son promovidos por los ambientes electorales cuando los partidos y sus candidatos en las tarimas presentan sus propuestas y tratan de convencer a los electores. De manera excepcional, también las crisis políticas que logran estremecer el ambiente son una oportunidad para reencauzar y retomar el rumbo.

En nuestro caso, además de la primavera democrática de 1944 a 1954, interrumpida por la Contrarrevolución, el período que inauguramos en 1985, en medio de un sangriento conflicto armado interno, se constituye en el período más largo en el que hemos vivido en democracia.

Hemos tenido momentos de crisis en donde ha tambaleado seriamente la institucionalidad democrática. No podemos olvidar lo sucedido con el autogolpe de Estado, más conocido como el “Serranazo”, en 1993. Por el contrario, también han sucedido hechos que son importantes para la consolidación democrática, como la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, que puso fin a más de 30 años de un conflicto armado interno que dejó mucha sangre y dolor.

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En síntesis, este año, además de conmemorar los 35 años de la apertura democrática y 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz, también conmemoramos los 200 años de vida independiente. Hay visiones críticas sobre si efectivamente la independencia representa un proceso emancipatorio. Más allá de estas interesantes y reflexivas posturas, en esta oportunidad quiero conversar sobre la oportunidad política que representa para el país el bicentenario.

No podemos desaprovechar este momento para soñar. Sí, usted no está leyendo mal, la invitación es para soñar con un país distinto, por supuesto, uno muy diferente al que vemos en las calles. Una sociedad sumida en la desigualdad, pobreza, desnutrición, pocas oportunidades, corrupción e impunidad. Estos son solo algunos de los problemas económicos, sociales y políticos que nos llevan, como algunos muy atinadamente afirman, a ser paisajes bonitos, pero no un país.

Ahí está el dilema de cómo pasamos de ser un lugar de bellos y naturales paisajes a construir un país. ¿Qué implica esto? ¿Cómo lo hacemos? ¿Quiénes? ¿Cuándo? Más allá de las respuestas que se deben dar a estas preguntas, el bicentenario, si lo sabemos aprovechar políticamente, se puede convertir en un espacio para discutir, diseñar y sentar las bases que construyan un país con justicia, igualdad, oportunidades y desarrollo humano integral.

Una de las rutas políticas sin duda es el diálogo y la búsqueda de consenso entre diversos actores sociales y políticos. Sé que este tipo de propuestas, dadas las experiencias que se han tenido con los procesos de diálogo, han servido para entretener a los actores y apaciguar las demandas en eternas discusiones que no llegan a nada. Se alcanzan acuerdos y se definen compromisos que nunca se cumplen. De hecho, la salida “confiable” a las crisis políticas termina siendo impulsar mesas de diálogo entre los actores involucrados.

No obstante, y a pesar de estas experiencias, resulta necesario impulsar un proceso de diálogo nacional para construir acuerdos de país en diversas áreas. Aprovechando y tomando como excusa el bicentenario, en medio de la pandemia, impulsemos un proceso que nos permita encontrarnos como sociedad para repensar y retomar el rumbo. Una tarea que tenemos los actores políticos, sociales y económicos, que además de tener la voluntad política, necesitamos construir los espacios y las dinámicas para pintar, en un gran mural, el país que soñamos. ¿Qué opina usted?

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