Cuando oí esta frase, rápido regresé a mi época de estudiante. Me imaginé capeándome de las clases, después del almuerzo, para poder seguir nadando y entrenando en la piscina del colegio o jugando jacks sentadas en el suelo con mis compañeras de clase. Mis notas no eran para nada mi prioridad, eso sí lo tenía muy claro.
Luego, ya en la “U”, era una sensación diferente; estaba estudiando lo que yo había elegido y, por lo tanto, era importante sacar las notas para ganar. Tampoco raspadita ni de cum laude, pero sí con muchísimas ganas de aprender y aplicar lo que iba captando. Por eso, en mi tesis de Licenciatura de Administración de Empresas (1981), que titulé “La mujer como autoridad gerencial en Guatemala”, puse una frase que se me ocurrió y que fue parte de mi presentación, y dice así: “Lo importante no es mantenerse estudiando, sino tener el deseo y las ganas de aprender algo nuevo cada día”.
Otra parte, como alumna, fue cuando me fui a Francia a sacar mi maestría. Le cuento que del idioma francés solo logré recibir como tres meses en la Alianza Francesa, pues entre mi último año de universidad, preparación de mi tesis y trabajando por las tardes, el tiempo se me hacía muy corto y tiré la toalla, me dije: “Lo que aquí aprenda en seis meses, allá por necesidad lo tendré que entender mucho más rápido”, y así fue. Fui alumna de una maestría con un idioma que estaba aprendiendo, pero lo logré en el tiempo que era y allá también tuve que hacer mi tesis y trabajé en una empresa que se llama Conforama. Amigos, ni para qué contarle los que siguen en mi corazón y con magnífica comunicación.
Ahora bien, ser una alumna de la vida es un complemento, de forma constante, de ser alumna de una institución educativa. ¿Le suena esto? ¿A qué me refiero? Pues es simple, puedo decir que, por lo inquieta que soy y por el deseo de vivir mi vida desde mi autenticidad y de tener el coraje de ser yo misma, me considero supercuriosa por lo nuevo y por lo que todavía no logro entender completamente. O sea que todo el tiempo se vuelve en un constante aprendizaje si no es porque hay una receta nueva de cocina, un deporte por hacerlo de forma profesional o cuando se tiene al primer bebé, ¿cuánto tenemos que aprender con esta nueva experiencia? Y no digamos cuando empezamos o terminamos una relación o nos enfermamos de algo; o si nos gusta la mecánica, la electricidad, la fotografía, la costura, la tecnología, la jardinería… ¿Se da cuenta? Todo el tiempo estamos aprendiendo y siendo alumnos de la vida. Como cuando hace su transición un ser querido y, si así lo elegimos, podemos aprender muchísimo, pues al final de cada experiencia se toma conciencia de que no hay tragedias, sino oportunidades de crecimiento. ¿Pero, y estoy consciente de esto?
Por eso, insisto en lo importante de tratarse bien, de autoquererse, de autoconocerse, pues como la vida es un constante cambio, cada quien, a la velocidad que elige hacerlo, puede aceptar ser alumna de ella y así expandirse y darle un mejor sentido a la vida misma. Es importante, diría yo, tener el deseo de aprender, de crecer, de caerse, de rendirse cuando toque y saber levantarse con ayuda profesional si así tocara, y siempre tomada de la mano de Dios, para seguir adelante con alegría y la seguridad e independencia que se necesite para saber que todo pasa para algo bueno y que al cambiar algo se aprende y eso me convierte en una constante alumna de la vida, en la que acepto que lo mejor siempre está por venir.