Opinión

"Un país que se cae (otra vez) a pedazos"

Mucha violencia en los últimos días. Y se intuye que vendrá más. Uno quisiera evitar que esta situación “se nos salga de las manos”. Pero hay razones para creer lo contrario. Las mafias actúan a plena luz del día. Sin recato. En la línea criminal de “quien critique o se oponga a las tropelías del régimen será castigado”. Es decir, al estilo de las peores y más crueles dictaduras.

Preocupa la evidente persecución contra jueces de alto riesgo como Erika Aifán y Pablo Xitumul. Nada parece capaz de detenerla. El exilio, ese que volvió a ser “normal” en Guatemala, se ve inminente en ambos casos. Lo cual de inmediato me hace pensar en la Nicaragua de Daniel Ortega y Rosario Murillo, esos que están a punto de “reelegirse” en unas falsas elecciones. La misma Nicaragua que mantiene lejos al gran escritor Sergio Ramírez, so pena de encarcelarlo por “incitar al odio” si osa regresar a su país. La triste Nicaragua que hace alarde de sus presos políticos. No es necesario ser inteligente para entender eso. Sin embargo, a la hora de mostrar repudio contra semejantes atropellos, el silencio reina desde varios frentes. Silencios siniestros.

No me extraña por eso que el gobierno de Alejandro Giammattei se haya abstenido de condenar a la dictadura orteguista en la OEA. Tiene sentido su cómplice voto. Incluso cuando lo disfraza con una propuesta de diálogo, a todas luces imposible. Y lo que es peor: Sugiere que prepara terreno para actuar de forma similar. Eso lo sabemos hace tiempo. Y ya empezamos a padecerlo. Un ejemplo, la “reactivación” de un caso de 2013 contra el periodista José Rubén Zamora, uno de los mayores críticos de esta barbarie antidemocrática que sufrimos.

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Mi solidaridad para él y también para los colegas agredidos en el Congreso por ex militares en ese inaceptable atropello ocurrido el pasado martes.

Como se ve, en los últimos días se han acrecentado las tensiones. La ingobernabilidad sugiere estar a la vuelta de la esquina. Y la percepción de que hay más violencia sube y se multiplica, aunque las estadísticas aún no lo reflejen.

El manejo político es precario y sobrado. Como si existiera la plena certidumbre de que nada podrá detener el permanente saqueo al que se somete a los tres poderes del Estado. La apuesta es que la ciudadanía es débil y desorganizada. Y en ese cálculo me duele admitir que tienen razón, pese a que la indignación esté hace rato a punto de desbordarse.

Del lado de la gente, la desconfianza hacia las supuestas autoridades aumenta y se profundiza. Y es la versión más dañina de ese molesto sentimiento, porque se trata de “la desconfianza sobre la desconfianza”.

La erosión institucional de las fuerzas de seguridad contribuye con ese panorama tan pesimista. Vecinos de Fraijanes describen como “un puesto de asalto” el lugar donde la PNC hace sus operativos de control. Si antes causaban miedo las patrullas, ahora ese temor es mucho más grande. Hay un pus interno en la policía. Y este es obra de la destrucción sistemática que empezó a ejecutarse, con dolo, desde el gobierno anterior.

Las PMT de varios municipios son vistas con recelo por buena parte de los vecinos. El video que circula en redes sociales de la extorsión de unos uniformados contra niños lustradores en Tecpán da asco. Cuesta creer tanta degradación moral.

La golpiza propinada a un agente de la capital por un vendedor de huevos es otro foco de alerta en cuanto a ánimos caldeados. No digamos la respuesta de los PMT al aporrear de vuelta al comerciante.

Asesinatos de todo tipo han vuelto a poblar los titulares de las noticias. Asesinatos que muestran una descomposición inquietante, hasta para este país tan hecho a las escenas sanguinarias.

La reciente elección de la Junta Directiva del Congreso no se queda atrás. La manera en que, según la oposición, se concretó “la alianza” alrededor del oficialismo aporta infinidad de elementos para pronosticar una debacle. Sobre todo, cuando el nombre de Dios se menciona en vano y con demagogia barata.

No se ve por dónde podamos resolver esta coyuntura de desgaste, prepotencia y agresión. Mucho menos cuando frente a los innegables actos vandálicos ocurridos el pasado 12 de octubre dilapidamos la energía en polemizar si la destrucción es ideológicamente aceptable o no, aunque alrededor de tan inútil debate se nos caiga (otra vez) el país a pedazos.

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