Coincido con el exdiputado Francisco Contreras: “Unos adolescentes hubieran escondido mejor una reunión a espaldas de sus padres de lo que lo hicieron los diputados que participaron en la fiesta del pasado lunes”. Esa ruidosa fiesta en el Congreso, sin autorización del Ministerio de Salud, en pleno momento en que los contagios por la variante Ómicron se disparan en nuestro país y en el mundo. Esa ofensiva y frívola fiesta en la que, sin pudor, los asistentes a dicho sarao se burlaron del pueblo de Guatemala.
Ya no les importa. Se sienten tan seguros de su impunidad que con suma facilidad incurren en actos grotescos y prepotentes. Cualquiera, con dos dedos de vergüenza, se abstendría de exhibirse tan burdamente. Pero ellos, no. Hasta se percibe que lo hacen a propósito. Con alarde. Con descaro. No sé si estudiaron tan a fondo el sistema y arribaron a la feliz conclusión, para ellos, de que ni los votantes ni la justicia les pasarán factura por sus acciones. Quizá sea por eso que se extralimitan sin mesura. Seguro apuestan a nuestra patológica tendencia hacia el olvido. Saben, tal vez de sobra, que un alto porcentaje de ellos logrará reelegirse, gracias a las reglas electorales vigentes. Que no habrá un castigo en las urnas. Que, incluso, tampoco habrá persecución penal, si incurrieran en delito.
En tal sentido, estoy de acuerdo con Dorian Taracena, también exdiputado, quien lanza serias dudas acerca de lo erogado para la restauración de la Casa Larrazábal. Hablo de casi Q11 millones. Con una administración como la de Allan Rodríguez, uno puede sospechar casi cualquier cosa. Es penoso que, siendo diputado por el distrito de Sololá, se permita avalar (u organizar) una recepción como la del 10 de enero, cuando en el departamento que lo llevó a su curul se atraviese por una crisis de violencia tan terrible. En política, la forma es fondo. Ni por la masacre de diciembre (en la que murieron 13 personas, incluidos niños) ni por el ataque sufrido por las fuerzas de seguridad el pasado viernes, en el que perdió la vida un comisario de la PNC, era oportuno exhibirse con una recepción tan poco elegante. Sin embargo, lo hizo. Y esta es otra muestra palmaria de cómo se comportan la mayoría de políticos aquí; de cómo ven a la gente por la que, supuestamente, deberían luchar. El divorcio entre la realidad de la calle y la realidad de la Junta Directiva del Organismo Legislativo es absoluto e hiriente. Absoluta, porque el pueblo detesta todo lo que sale de la 9a. avenida. Hiriente, de parte de los diputados que se pasan de cínicos, porque irrespetan al elector con desdén.
Es posible que la parranda de esta semana no pase de un par de titulares y de una seguidilla de mensajes en las redes sociales. La intensa y sofocante coyuntura de Guatemala se presta para la desmemoria. Muy similar a lo que, sin duda, ocurrirá con ese pavoroso accidente en el kilómetro 17.5 de la ruta Interamericana, que quedó registrado en las cámaras de la PMT de Mixco. Verlo es espeluznante. Aterrador. Realmente de miedo. Y lo es, porque uno sabe que cualquiera pudo haber ido en esa vía contraria en la que, de la nada, la tragedia cegó la vida de varias personas en un fatídico segundo. Fue verlo para recordar el terrible percance sucedido en 2018, protagonizado por un tráiler que perdió el control y se estrelló contra una decena de automóviles muy cerca del paso a desnivel donde se cruza hacia San Cristóbal.
Desde entonces, nada se hizo. O si se hizo algo, no fue suficiente. Y, de no ser por estos episodios tan aciagos, nadie se acuerda de aquello. Porque nuestro día a día nos impone un ritmo implacable y rudo. Y eso, lamentablemente, juega a favor de quienes, como los diputados que celebraron a lo grande el pasado lunes, conocen las debilidades del pueblo de Guatemala, entre las que figura la falta de memoria. Sí: Esa infame reunión en la Casa Larrazábal no será la “Fiesta inolvidable”, como la película de 1968 estelarizada por Peter Sellers, sino la fiesta que el pueblo olvidará. Y no la olvidará solamente por desidia mental, sino también porque sigue sometido por reglas electorales a conveniencia de los corruptos. Esos mismos que, muertos de la risa, lograrán su reelección en 2023, pese a ofender tanto a los votantes. Sí: Somos expertos en olvidar. Y eso, a nosotros, sí nos pasa factura.