Opinión

"Está de moda insultar a la inteligencia"

Abundan los testimonios de que, previo al gran sismo de la madrugada de ayer, lo que se oyó fue un ruido aterrador. Sucedió también en 1976. Es el estruendo del presagio. Y son apenas segundos de amenazante estrépito los que preceden a la violenta sacudida. A medio temblor pensé que se trataba de un terremoto. No fue así. Y eso hay que agradecerlo. Porque la tragedia hubiese sido descomunal. Sumar a la pandemia y al deterioro político una catástrofe mayor sería la receta perfecta para hundirnos en el quinto mundo. A ese mismo quinto mundo al que nos dirigimos resueltos y veloces, gracias al desatino voraz de nuestras autoridades y de sus cómplices. Vivimos en una zona telúrica. Eso lo sabemos. Pero también habitamos una tierra demasiado propensa al abuso y a la prepotencia. Y, en este momento, hay un ruido aterrador anunciando algo. No sé exactamente qué. Puede ser una esperanza o bien un cataclismo. Las dos posibilidades caben. La captura con fines de extradición del expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández hizo pasar una mala noche a varios corruptos locales. Incluso los asustó bastante más que el gran temblor. Se vieron en ese espejo, humillante e inexorable. Encadenados y reducidos a nada.

Asimismo, el reportaje de “El Faro”, en el que se hacen señalamientos muy directos al presidente Alejandro Giammattei, de seguro contribuyó con esa “madrugada de terror” sufrida en ciertos ámbitos, mucho más allá de lo que el sismo de 6.2 grados pudo causarles. Por otro lado, no es aconsejable hacerse ilusiones de que las cosas cambiarán drásticamente de un día a otro. Un nuevo 2015 no lo veo cerca todavía. Sin embargo, tal y como lo hicieron las placas tectónicas a la 1:12 de la mañana de ayer, de pronto la sorpresa nos estremece hasta el tuétano. Total, méritos para que la realidad se desborde hacen de sobra los implicados en las diarias jornadas de saqueo. Ni siquiera una noticia como la del sismo pudo detener la ola de indignación que trae consigo el pésimo manejo de la coyuntura, no solo desde la Secretaría de Comunicación Social de la Presidencia, sino, sobre todo, desde el Ministerio Público. Es torpemente burdo sacarse de la manga un “Testigo A” tan a la medida de los corruptos.

Las contradicciones en la FECI parecen ser la norma. Uno ya no sabe cómo describirlo. Resulta tan extraño que un testigo decida denunciar súbita y curiosamente, siete meses después de la destitución de Juan Francisco Sandoval y un día antes de la fuerte publicación de “El Faro”, que había sido coaccionado para vincular al mandatario con los Q122 millones encontrados en La Antigua. Después, pese a que presentó una denuncia y concedió una entrevista, la FECI no sabe de quién se trata. ¿Habrá sido, acaso, una denuncia anónima?

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Es cierto: No es legal ni aceptable que el testimonio del “Testigo A” haya salido del juzgado de Mayor Riesgo donde estaba resguardado. Eso, según dicen, podría echar a perder el caso. Pero más lo arruinaría que el MP se obsesionara con perseguir la filtración, o que la FECI se abstuviera de darle seguimiento a lo que documenta el medio digital salvadoreño. No digo con esto que deba, a priori, considerarse culpable al presidente. Lo fundamental es aclarar el señalamiento. La gente merece saber qué sucedió ahí. Y también merece que quienes han ordeñado la sangre del país vayan a la cárcel. Mínimo, digo.

El actual Ministerio Público de Consuelo Porras es un monumento al desprestigio. Y me da la impresión de que a la fiscal general la están usando bastante más allá de lo que ella misma logra comprender. Es vergonzoso y grotesco que los netcenters parezcan ser los que dan las órdenes en el despacho de la doctora Porras. No es broma lo que le está ocurriendo al exmandatario de Honduras. En menos de 24 horas, de ser un diputado electo al Parlacen pasó a verse encadenado rumbo a Estados Unidos, para ser juzgado por la corte de Nueva York. El manejo de ese “Testigo A” a la medida de los corruptos pareciera una clara señal de desesperación. Pero también puede ser indicio de un monumental descaro. A eso me refiero con el “ruido aterrador” que se parece tanto al que se oye antes de los terremotos. Puede ser que ese estrépito amenazante traiga un descalabro para los perversos. Pero también podría ser el anuncio de un recrudecimiento de las represalias. Difícil momento vive el país. Si yo fuera inversionista, me daría pavor exponer mi dinero en un sistema tan viciado. Hasta las placas tectónicas parecen alinearse para asustar a la población. Sin embargo, ni siquiera esos sobresaltos telúricos logran desviar la atención de este escándalo. Y, añadido a eso, el secretario de Comunicación Social de la Presidencia se permite “sugerir” a los medios no difundir el reportaje de “El Faro”. Es evidente que, entre las autoridades actuales, está de moda insultar a la inteligencia.

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