Me pareció sumamente acertado el símil hecho por el analista Héctor Pérez Rojas, entre el exabrupto de Will Smith en la entrega de los Oscar y el peligro que se corre en el país de que, por algo medianamente anómalo, la situación estalle. Así estamos. Nuestra capacidad de tolerancia es cada vez menor. Y, mientras tanto, quienes manejan los hilos del poder tensan la cuerda con una desfachatez tan cínica, que a ratos pareciera como que, a propósito, buscaran que el río se desborde.
Es notorio que los videos de enfrentamientos a golpes proliferan más que nunca en las redes sociales. La gente anda más violenta que de costumbre. Y es comprensible. Luego de dos años de pandemia y de interminables decepciones políticas, a cualquiera se le termina la paciencia. El chiste, muy difundido en memes, de que la airada reacción del cineasta se originó en su paso por Guatemala ilustra muy bien cómo nos vemos y cómo nos sentimos. Es evidente que Smith no controló sus emociones y que su respuesta fue desproporcionada. Pero es cierto también que la pesada broma de Chris Rock, burlándose de la alopecia de la esposa del actor, estuvo totalmente fuera de lugar. Un incidente evitable devino en un bochorno. Por ello, partiendo de la idea inicial de este artículo, me pregunto cuál irá a ser la gota que rebalse el iracundo vaso de nuestra sociedad. ¿Acaso la reelección de la fiscal general? ¿Algún escándalo de corrupción como fue en su momento el de “la agüita mágica” para limpiar el lago de Amatitlán? ¿Una captura a todas luces injustificada? ¿Un desliz presidencial en sus declaraciones? ¿O será de nuevo una pifia producto del exceso de confianza, como sucedió en noviembre de 2020 con la oscura aprobación del presupuesto?
Nuestro país enfrenta un acelerado naufragio que, por negación, pretendemos comparar con los desastres tantas veces sufridos en el pasado. Y este no es igual. En Guatemala se gesta un desenlace violento que, incluso aquí donde nos especializamos en ese tipo de grescas, no logramos imaginar hasta dónde pueden llegar las consecuencias. La impuesta y diseñada narrativa de la polarización extrema, una trampa en la que el desarticulado movimiento social ha caído con frecuencia, tiende a írsele de las manos hasta a quienes tanto lo han capitalizado. Y, con esto, perdemos todos. No hay país capaz de sostenerse, mucho menos de progresar, si la obsesión de su dirigencia política es la ambición desmedida de controlar, por completo, la corrompida y enferma institucionalidad del país. La cooptación del Estado corrompe; la cooptación absoluta del Estado corrompe absolutamente. No están dejando ningún respiradero viable. Todos es asfixiar y asfixiar, humillar y humillar, amenazar y amenazar, o robar y robar. Y a eso se añade algo que no es poca cosa: La descarada venganza que domina nuestro espectro judicial. De nada nos sirve proclamar que, así como antes hubo persecuciones infundadas, hoy toca soportar los casos espurios que se montan.
Es muy pobre el razonamiento de conformarse con la ley del péndulo sin intentar corregir el rumbo. ¿A dónde podríamos ir a parar si, por algún error de cálculo de quienes hoy detentan el poder, este cambiara de manos en las próximas elecciones y nos enzarzáramos de nuevo en otro interminable proceso de vendettas? “Cría cuervos y te sacarán los ojos”, reza el famoso refrán español. Ya sabemos cómo funciona (y hacia dónde va) esa forma de actuar. Prefiero, por mucho, la manera en que lo planteaba Cardoza y Aragón: “Cría ojos que te sacarán los cuervos”. Aquí nos urge tender puentes. Y hacerlo con lo que tenemos, es decir, con lo que nos queda.
Es decir, casi nada. Pero la reserva moral, por mínima que exista, es la única que puede salvarnos de la debacle que se avecina. No esperemos a que ocurra lo que, con sabiduría, intuye Héctor Pérez Rojas al comparar la bofetada que le dio Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar con esa inminente chispa que desatará el incendio mayor en Guatemala. Que no se engañen los descarados que nos gobiernan: Estamos a punto del descalabro. Y con la violencia solo ganan los que viven de ella. Y no queremos que ellos ganen. Es demasiado peligroso que el río revuelto haga que los pescadores más infames se nutran de la sangre de los peces. No criemos más cuervos. Mejor criemos ojos. Aún es tiempo de intentarlo.