Hace años, durante una entrevista en la radio, un experto en seguridad explicó la diferencia entre llevar un arma consigo o no llevarla, y usó como ejemplo un accidente de tránsito. No es lo mismo, decía, que dos airados conductores pasen de los insultos a las trompadas, a que, ya en el calor del altercado, uno de los dos o ambos desenfunden una pistola. En ese caso, lo que podía ser un desagradable intercambio de puñetazos seguro termina en tragedia. No digamos si, en vez de armas cortas, tanto uno como otro lo que usara fueran rifles semi automáticos, tipo AR-15.
Abunda la gente a la que le fascina comprar ese tipo de “juguetes”. Y es absolutamente respetable como afición, aunque a mí no me guste. A mi papá le encantaban las armas. Tanto, que normalmente iba a todas partes con una pistola al cinto. Su argumento era, medio en serio y medio en broma, que si lo asaltaban, por lo menos podía repeler el ataque y “antes de morir a manos de un maleante, por lo menos se llevaba a uno a dos de los ladrones, junto con él al otro mundo”. Ya en sus 70, logré convencerlo de que guardara sus pistolas y que solo las disfrutara como un hobby de fin de semana. Y parte de mi tesis fue que, en la mayoría de casos, cuando un civil le dispara a un malhechor, el poder de fuego de este es casi siempre mayor al del asaltado, y por más que termine matando a alguno de sus atacantes, el atacado también resulta fallecido. Ciertamente, hay excepciones. Ha habido historias en las que un arma salvó la vida de varios, porque se usó en el momento oportuno, incluso preventivamente, para ahuyentar a un ratero o a un abusivo. De todo hay. Pero a la hora de evaluar los peligros de una población excesivamente armada, la regulación debería de ser estricta y rigurosa en a quién se le vende una pistola y a quién no.
Me parece imprudente, por no decir irracional, que un joven de 18 años tenga acceso a comprar un rifle tipo AR-15, como si se tratara de una raqueta de tenis o un bate de béisbol. Entiendo que el negocio de vender esas armas en Estados Unidos es enorme. Y que la Segunda Enmienda de su Constitución lo avala. Pero algo ahí no está bien. Y hace tiempo que lo sabemos. Obviamente, me refiero a la matanza en Uvalde, el hasta hace poco tranquilo pueblito de Texas que no pasa de 16 mil habitantes. El joven agresor, Salvador Ramos, compró dos AR-15 al día siguiente de cumplir 18 años. La ley se lo permitía. Y si hoy otro joven de la misma edad también víctima de bullying, como se dice que era Ramos, quisiera adquirir esos mismos “juguetes” en un supermercado y dispusiera del dinero para hacerlo, nadie podría impedírselo. Lo cual implica, en medio de esta tragedia, que el peligro de que otra masacre como la del pasado martes podría ocurrir en cualquier momento.
Me parece inaceptable que, por el financiamiento que la Asociación Nacional del Rifle y las armerías le brindan “desinteresadamente” al Partido Republicano, ni siquiera se logre debatir el tema en el Senado. Van 212 tiroteos masivos en 144 días de 2022 en aquel país. La matanza más reciente, antes de la de Texas, ocurrió en Buffalo, Nueva York, la semana pasada. Fue violencia racista, por si alguien no se enteró.
Entiendo que vender armas es un negociazo en el mundo. Un amigo mío lo hace aquí en Guatemala con gran éxito. Lo hace en el marco de la legalidad.
Repito: Como afición es algo que, para quienes la disfrutan, debe ser apasionante. Como para quienes, antes, nos encantaba comprar discos, o para quienes, hoy, disfrutan de agenciarse de dispositivos tecnológicos. Con los gustos de la gente nadie tiene derecho a meterse. Pero cuando se habla de regulaciones en temas tan delicados como vender rifles AR-15 a adolescentes, los legisladores tendrían que ser, como mínimo, responsables con su comunidad y empáticos con el dolor de las víctimas de Uvalde. Eso implicaría darle la espalda, por cinco minutos, a ese jugoso y nada desinteresado financiamiento que proviene de las fábricas de armas. Pero, claro, el lobby es de millones y seguramente no lo harán, salvo que la presión social sea tan fuerte que termine “persuadiéndolos” de que algo hay que hacer al respecto. La verdad, dudo que lo hagan. Cuando el dinero es demasiado, la moral tiende a ser nula. Aquí pasa lo mismo.
Tiene razón el presidente Joe Biden cuando dice que desequilibrados hay en todo el mundo, pero las matanzas de este tipo suceden casi solo en Estados Unidos. ¿Para qué necesita un muchacho de 18 años un rifle AR-15? La pregunta no resiste mayor análisis.