Quieren irse de Guatemala. Son jóvenes y profesionales. De clase media. Algunos, con cierto patrimonio familiar. Sus padres los apoyan. No les va mal. Pero igual sueñan con marcharse. No ven futuro aquí. Les repugna la política. O, para ser exacto, los políticos. No piensan empadronarse. Y si ya lo hicieron, ven las elecciones como un ejercicio estéril que ya ni para fachada democrática sirve. No reconocen a ningún potencial candidato que los represente. Los consideran viejos y gastados, aunque sean “nuevos”. Saben que mienten. Saben que solo quieren seguir robando o llegar al poder para robar. Detestan la mediocridad del medio y la tendencia depredadora del sistema. Prefieren ir a sufrir unos años lejos, con la ilusión de salir adelante, que exponerse a sucumbir en esta olla de grillos sazonada con cultura narco. Quieren volar con el afán de que, en un país con panorama, podrán desarrollar sus talentos y sus inquietudes. Les da pavor ser graduados universitarios con maestría y terminar en un call-center porque no hubo otra opción. “Fuga de cerebros”, le dicen. Es otra clase de éxodo. Ni de cerca tan dramático y trágico como el de los migrantes que se juegan la vida en el desierto. Sin embargo, nos retrata totalmente como sociedad.
La idea es huir de este desaliento. Lo antes posible. Quienes lo logren, alcanzarán las metas que su esfuerzo y su suerte marquen. Esa es la apuesta. Quienes no, tal vez se coloquen en alguna compañía y lleguen a un puesto mediano o alto, o bien vayan de trabajo en trabajo hasta naufragar en el subempleo. En esos casos, como es costumbre, la huida será diferente. Es decir, por conducto del alcohol o de las drogas. La escapatoria nacional por excelencia. La evasión autodestructiva. Y, en el ínterin, “si bien les va”, pasarán los años a la espera de la gran oportunidad de ser nombrados en un cargo en el que la corrupción les permita “hacerla”.
A estos jóvenes no les interesa sacar adelante a Guatemala. No le tienen fe a esta tierra. No ven salida para tanta debacle. Intuyen que la ruina ambiental irá empeorando hasta volvernos esclavos de cada temporada lluviosa. Y saben muy bien que las carreteras seguirán siendo un desastre. Que la justicia se aliará con el crimen organizado. Que los servicios públicos jamás levantarán cabeza y que pagarlos en lo privado devendrá, como ya lo es, en un asalto en despoblado.
Recuerdan a lo lejos las jornadas cívicas de 2015, pero no perciben ningún entusiasmo ciudadano en revivirlas. Les causa pena que las convocatorias reúnan a tan pocas personas en la plaza, pero tampoco se molestan en ir a respaldar la indignación colectiva. Toman nota del reciente éxito de la Sub-20 y no descuidan el detalle de que varios de los jugadores nacieron en Estados Unidos. Oyen los discursos presidenciales y piensan que cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece, porque incluso ellos no mueven un dedo para pedirle cuentas a los que, a diario, se burlan de la gente con sus mentiras y sus abusos. Algunos despotrican en redes sociales, pero, como es usual, no pasan de hacer catarsis infructuosa. Luchan por becas o se endeudan para ir a estudiar fuera, no tanto por fines académicos, sino por el anhelo de conseguir algo que les permita quedarse allá; allá a donde se vayan. Quieren irse de Guatemala. A como dé lugar. A toda costa. No por desesperación ni por hambre. No por sufrir violencia en su entorno directo. No. Quieren huir solo por no condenarse al abismo de un país que se cae a pedazos y en el que únicamente se salvará el que pueda; especialmente, aquel que se subordine a los designios de la perversión.
No se les puede señalar de “inconscientes” o de “superficiales”. Siendo jóvenes, arrastran ya un cansancio acumulado. Ese que sus padres proyectan en los repudios permanentes. A estos veinteañeros les repugna la política. O, para ser exacto, los políticos. Y tienen razón. Absolutamente toda la razón. Si yo tuviera esa edad, también querría marcharme. Incluso ahora, ya viejo, quisiera irme de aquí. Como muchos. El hartazgo nos carcome. A los de antes y a los de ahora. Patriotismo divino tesoro, ya te fuiste para no volver. Cuando quiero luchar no lucho, y a veces lucho sin querer.